Suelo jugar muy noche en la compu y, cuando terminé, escuché ruidos extraños por la ventana. Me asomé y, a mi parecer, era una persona, pero no se movía. Solo estaba ahí, inmóvil, como esperando. El silencio de la calle hacía que hasta mi respiración sonara demasiado fuerte.
No era una silueta clara. La luz de un farol lejano apenas alumbraba la placa de la casa de enfrente, y allí, entre las sombras de las letras y los números, había una forma. Una forma que no debería estar allí. No era un gato, ni una bolsa arrastrada por el viento. Tenía la postura de un hombre, pero absolutamente quieto, como si fuera parte de la casa misma. Lo más inquietante no fue verlo, sino la sensación que me invadió: la certeza de que, aunque yo no podía ver sus ojos, eso sí me estaba viendo a mí.
Con el pulso acelerado, agarré el teléfono. No encendí el flash, por miedo a alertarlo. Apoyé el lente contra el vidrio de la ventana y tomé una sola foto. El clic de la cámara sonó como un disparo en el silencio de mi habitación. En la pantalla, la imagen se veía granulada, oscura. Pero allí estaba, la figura, más definida y a la vez más inexplicable. Una mancha oscura y humana contra el metal de la placa.
¿Qué puede ser algo así? La mente busca respuestas
Cuando algo nos confronta en la noche, la lógica y el miedo libran una batalla. Estas son algunas explicaciones posibles, de la más racional a la más perturbadora:
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Un juego de sombras (La explicación más probable): A veces, la combinación de la luz tenue, el cansancio de mirar la pantalla por horas y la imaginación pueden crear pareidolias: ver caras o figuras donde no las hay. Una planta, una sombra del poste, o incluso una chaqueta colgada pueden engañar a la vista.
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Un transeúnte real (Pero igual de inquietante): Podría haber sido una persona real. Alguien que, por razones propias, decidió detenerse en la noche frente a esa casa. Quizás esperando a alguien, desorientado, o simplemente en un momento de quietud. Su inmovilidad, en ese contexto, sería lo que genera la alarma.
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El efecto de la fatiga: Jugar hasta altas horas nubla los sentidos. La mente, en un estado entre la concentración y el agotamiento, puede tardar en procesar lo que ven los ojos, creando breves momentos de confusión donde lo ordinario parece anormal.
¿Qué hago si vuelve a pasar?