Cada noche ella le daba su cuerpo al ranchero solitario… hasta que un día

” Él la miró, los ojos llenos de algo que podía ser amor o miedo. No tengo familia. La carta era mentira. La escribí yo para para que te quedaras. Ella sintió que el mundo se inclinaba todas las noches, todos los cuerpos, todas las mentiras. Se arrodilló junto a él, el cuchillo aún en la mano. ¿Por qué? Porque eres lo único que tengo, susurró él.

Lo único que queda. Ella lo miró largamente. Luego, con un movimiento rápido, cortó las cuerdas que aún le ataban las muñecas. Entonces, quédate. Pero esta vez el pacto cambia. Cada noche tu cuerpo será mío hasta que el niño nazca, hasta que la tierra se seque, hasta que el desierto nos reclame a los dos. Dan Elías asintió, las lágrimas mezclándose con el polvo de su rostro.

Afuera, los coyotes aullaban a la luna y el viento traía el olor a sangre y a libertad. Y así cada noche, cuando el viento del desiertoaba como lobo herido contra las vigas de la chosa, él cruzaba el corral con el reboso apretado al pecho y el corazón latiéndole como tambor de guerra. Ella lo esperaba en el catre con el vestido rojo puesto y los ojos más verdes que el mezcal viejo.

Y cuando él la tomó, fue con la urgencia de quien lleva años sin beber agua. Ella no gritó, solo clavó las uñas en la espalda de él hasta sacar sangre. Y así sellaron el nuevo pacto sin palabras cada noche su cuerpo a cambio de un techo y un plato de frijoles. Pero ahora el rancho era de ella. El niño crecía en su vientre.

Y don Elías, el hombre que una vez fue dueño de todo, ahora era solo el hombre que cada noche daba su cuerpo a la niña del río seco. hasta que un día.