De ESCLAVA SUMISA a ASESINA: Mercedes COCIÓ VIVA a la AMA que GOLPEÓ hasta MATAR su Bebé

En las plantaciones de café de Colombia, año 1823, donde el sol abrasador convertía cada día en una tortura y el látigo marcaba el ritmo de la vida, existía una mujer cuyo nombre quedaría grabado para siempre en los anales más oscuros de la historia colonial. Mercedes Catalina Vázquez había nacido esclava, había vivido como esclava y había parido como esclava.

Pero en una noche que cambiaría el curso de su destino, se convertiría en algo completamente diferente, en la personificación de la venganza más brutal que jamás había presenciado la región de Antioquia.

La historia de Mercedes comenzó 32 años antes de aquella noche fatídica. Nacida en los barracones de la hacienda San Rafael, propiedad de la familia Mendoza Villareal, Mercedes había conocido únicamente el dolor, la humillación y la sumisión absoluta. Su madre, Esperanza, murió cuando ella tenía apenas 7 años, víctima de las brutales condiciones de trabajo en los cafetales. Desde entonces, Mercedes había sido criada por las otras mujeres esclavas, quienes le enseñaron las reglas fundamentales de supervivencia: obedecer sin cuestionar, soportar sin quejarse y nunca jamás mirar directamente a los ojos de los amos.

Durante 25 años, Mercedes cumplió estas reglas al pie de la letra. Era conocida entre los otros esclavos como “la silenciosa”, una mujer de constitución pequeña pero resistente, con manos callosas que podían trabajar desde el amanecer hasta bien entrada la noche sin descanso. Sus ojos oscuros, siempre dirigidos hacia el suelo, nunca revelaban los pensamientos que bullían en su interior. Los amos la consideraban el ejemplo perfecto de la esclava ideal: sumisa, trabajadora, invisible.

Pero la invisibilidad de Mercedes cambió dramáticamente cuando quedó embarazada por primera vez a los 28 años. El padre era Joaquín, un esclavo de una plantación vecina que había sido traído temporalmente para ayudar durante la época de cosecha. Su encuentro había sido breve, apenas unas semanas de encuentros clandestinos en los límites de la propiedad, pero suficiente para crear vida. Cuando Joaquín regresó a su plantación original, Mercedes supo que jamás lo volvería a ver.

El embarazo de Mercedes transcurrió en las condiciones más duras imaginables. Doña Esperanza Mendoza Villareal, la matriarca de la familia y dueña de la hacienda, era una mujer de 53 años cuya crueldad había alcanzado proporciones legendarias entre los esclavos. Había enviudado joven y había dedicado su vida a mantener el control férreo sobre sus propiedades y sus esclavos. Para ella, un embarazo esclavo representaba una inversión, un futuro trabajador gratuito, pero también representaba una molestia temporal, una reducción en la productividad que debía ser compensada con mayor exigencia hacia la madre gestante.

Durante los 9 meses de embarazo, Mercedes fue obligada a mantener su ritmo de trabajo completo en los cafétales. Despertaba a las 4 de la madrugada y trabajaba hasta las 9 de la noche bajo la supervisión constante de los capataces. Su barriga crecía día tras día, pero las expectativas sobre su rendimiento jamás disminuiron.

El parto de Mercedes tuvo lugar en los barracones, asistida únicamente por dos esclavas ancianas. Después de 14 horas de trabajo de parto, Mercedes dio a luz a una niña pequeña, pero perfectamente formada. La Esperanza llamada en honor a su madre fallecida.

La pequeña Esperanza se convirtió en el centro del universo de Mercedes. Por primera vez en su vida, la esclava silenciosa tenía algo completamente suyo. Durante los primeros meses logró mantener a la niña cerca mientras trabajaba, pero conforme Esperanza crecía, se regresó más difícil de manejar. A los 10 meses había desarrollado una personalidad vibrante que contrastaba dramáticamente con el ambiente opresivo de la plantación.

Fue precisamente esta vivacidad de la pequeña Esperanza lo que atrajo la atención indeseada de Doña Esperanza Mendoza Villareal. La matriarca había comenzado a notar que Mercedes se distraía y, más importante aún, había comenzado a ver en los ojos de Mercedes algo que nunca había visto antes: una fiereza maternal que la hacía menos sumisa.