– Caer.
Greta esperó pacientemente frente al recibidor todo el tiempo. No se movió hasta que le permitieron entrar. Una vez junto a la cama de su ama, apoyó la cabeza en la mano, como diciendo: «Aquí estoy».
La mujer se despertó después de unas horas. Sonrió levemente al ver a Greta a su lado.
– Sobreviví… gracias a ti.
La rehabilitación fue larga y dolorosa. Cada paso requería esfuerzo. Pero Greta siempre estuvo ahí. Acompañó a su señora durante los ejercicios, esperó pacientemente durante los controles y la apoyó con su presencia.
Después de un tiempo, la mujer recuperó su forma. Las investigaciones demostraron que el tumor se había extirpado por completo. No hubo recurrencia. Recuperó la salud y, con ella, la esperanza.
La historia se extendió a los medios. La gente llamaba a Greta "la perra que olía el cáncer". La mujer sonrió y dijo:
Greta no sentía ninguna enfermedad. Sintió que estaba en peligro. Y me protegió. Así sin más.
Un año después, la invitaron a un congreso médico. Subió al escenario con Greta, quien caminaba tranquilamente a sus pies. Contó su historia sin exageraciones, sin patetismo.
Los médicos me curaron. Pero Greta me dio la oportunidad de sobrevivir. Sin ella, quizá ya no estaría aquí.
El público respondió con aplausos. Algunos tenían lágrimas en los ojos. ¿Y Greta? Permaneció sentada tranquila, como si supiera que había hecho algo importante, pero lo consideraba su deber.
Hoy, ambos viven a las afueras de la ciudad, en una casita con jardín. Todas las mañanas toman café juntos y salen. Cada noche duermen plácidamente, agradecidos por otro día juntos.
A veces un milagro no es una cura. A veces un milagro es un corazón en cuatro patas.