Durante diez años alimentó en secreto a tres niñas de la calle

— hasta que un coche negro se detuvo frente a su casa y su pasado volvió de una forma increíble…
Era una noche fría y lluviosa en Curitiba cuando doña Elenora Alves las vio por primera vez:
tres niñas acurrucadas detrás del contenedor de basura del supermercado donde ella trabajaba en el turno de noche.

La mayor tendría unos quince años; la más pequeña, quizás ocho.
Estaban sucias, hambrientas y asustadas.

Cuando Elenora les ofreció una marmita con arroz y frijoles, las niñas retrocedieron, temerosas, como animales acorralados.
— «Está bien,» dijo ella con suavidad, dejando el recipiente en el suelo.
— «No tienen que decir nada. Es solo comida.»

Poco a poco, las tres se acercaron.
Comieron en silencio.

Aquel gesto sencillo —invisible a los ojos del mundo— se convirtió en el comienzo de algo que cambiaría todas sus vidas para siempre.

Los años del silencio
Noche tras noche, después de cerrar el supermercado, Elenora guardaba pan, frutas golpeadas y restos de comida y los dejaba detrás del contenedor.
Desde lejos, observaba desde su coche, viendo a las niñas aparecer y desaparecer como sombras.

Con el tiempo, comenzaron a confiar en ella.
La mayor se llamaba Lia, las otras dos eran Rosa y Clara.
Le dijeron que eran hermanas.
Elenora nunca preguntó más — sabía que para niñas como ellas, la confianza era un cristal frágil.

Durante diez años guardó ese secreto.
Cuando le sobraba algo de dinero, compraba ropa en tiendas de segunda mano.
Encontró un galpón abandonado detrás de una iglesia, reparó el techo y dejaba cobijas cuando el frío apretaba.

Nadie nunca lo supo.
Ni sus compañeros de trabajo, ni sus vecinos, ni siquiera su marido — que murió sin sospecharlo jamás.
Ese era su pequeño mundo: Elenora y las niñas, sobreviviendo en silencio.

La desaparición
Hasta que un día, desaparecieron.
El galpón estaba vacío.
En la pared, escrito con carbón, había un solo mensaje: