El bebé del barón nació ciego… hasta que el nuevo esclavo descubrió la verdad

Se volvió hacia Renata. "Tú salvaste a mi hijo. ¿Cómo puedo agradecerte?" "Déjeme seguir cuidándolo, señor. Hasta después de la cirugía. Déjeme quedarme con él". "Cuidarás de él todo el tiempo que quieras. Tienes mi palabra".

El Dr. Antônio da Silva llegó quince días después. Confirmó el diagnóstico: la cirugía era posible, pero arriesgada. La mañana de la operación, Sebastião no pudo soportar quedarse en la habitación. Fue Renata quien permaneció al lado del cirujano, sosteniendo la manita de Felipe y tarareando suavemente mientras el doctor trabajaba con precisión milimétrica.

Tres horas después, el Dr. Antônio salió, exhausto pero sonriendo. "La cirugía fue un éxito. Las membranas fueron removidas. Ahora, debemos esperar una semana para que los ojos sanos".

Siete días después, la hacienda contuvo la respiración. El Dr. Antônio retiró las vendas lentamente. Felipe parpadeó una, dos veces, como despertando de un largo sueño. Y entonces, por primera vez en su vida, Felipe vio. Vio la luz del sol entrando por la ventana. Vio el rostro de su padre, inclinado sobre él, con lágrimas corriendo por su barba. Vio a Renata, la mujer que le había dado la oportunidad de ver el mundo. Y Felipe irritante. Fue una sonrisa pequeña, vacilante, pero real.

Los meses que siguieron fueron como presenciar un milagro. El niño que antes permanecía inerte, ahora estaba siempre en movimiento. Seguía con la mirada la luz de las velas bailando en las paredes, extendía sus manos para tocar el rostro barbudo de su padre y buscaba constantemente la sonrisa de Renata.

El pesado silencio que había caído sobre la Fazenda Santa Clara fue finalmente roto, reemplazado por la risa de un niño que descubría el mundo. El Barón Sebastião, cuyo corazón había sido destrozado, encontró en la recuperación de su hijo una nueva razón para vivir.

Renata, la joven esclava que se atrevió a desafiar el destino, permaneció al lado de Felipe. El Barón, en un acto de profunda gratitud que trascendía las normas rígidas de la época, le concedió la libertad. Sin embargo, ella eligió quedarse, no ya como esclava, sino como la protectora de Felipe. Juntos, en aquella casa grande que había conocido tanta oscuridad, demostraron que el amor, de hecho, puede ver lo que los ojos no consiguen enxergar.