Y entonces lo vi.
No estaba con su madre.
Estaba con una mujer joven, de unos treinta años, riendo, abrazándola, besándola.
Sobre la mesa había varias bolsas de tiendas de lujo — Gucci, Prada, Louis Vuitton — y una pila de recibos.
Uno de ellos llevaba mi nombre: Kate Thompson — Transferencia bancaria: $7,800.
Sentí que el corazón me estallaba en el pecho.
Todo cobró sentido.
La quimioterapia nunca existió.
El “tratamiento” era simplemente la fachada de una doble vida — pagada con mi dinero y con mi amor.
Corrí de vuelta al coche, temblando.
Lloré hasta quedarme sin fuerzas.
A la mañana siguiente, fui al banco, imprimí todas las transferencias y hablé con un abogado.
Esa noche, cuando Ethan volvió a casa, encontró un sobre sobre la mesa.
Dentro estaban las copias de los pagos, una foto de él con la otra mujer… y mi anillo de boda.
Nunca lo volví a ver.
Meses después supe que se había mudado a Arizona — irónicamente, el mismo lugar donde decía que su madre estaba “en tratamiento.”
Hoy, mirando atrás, sé que el dinero no fue la verdadera pérdida.
Fue la confianza.
Pero en medio de esa traición, encontré algo más valioso: mi libertad.
Porque a veces, perderlo todo es la única forma de descubrir cuánto vales realmente.