Ojos cerrados y verdad rota: El secreto del sirviente
Pasada la medianoche, reinaba un profundo sueño en la inmensa mansión de los Herrera. Las luces estaban apagadas; el aire olía a madera vieja y a silencio. Solo el persistente tictac del reloj de pared le recordaba el paso del tiempo.
Don Esteban, de unos sesenta años, yacía en la cama, con los ojos cerrados, fingiendo dormir, pero no descansaba. Tenía los músculos tensos, la respiración calculada. Porque aquella noche era diferente a todas las demás. Aquella noche había decidido descubrir la verdad.
Durante semanas, habían ocurrido cosas extrañas en la casa: objetos que se movían solos, comida que desaparecía del refrigerador, cajones abiertos. Don Esteban era un hombre obsesivo y meticuloso; no pasaba nada por alto. Sus sospechas coincidían con las largas noches que trabajaba su nueva criada, Lucía.
¿Me está robando esta chica tan discreta?
Lucía había empezado hacía tres meses. Silenciosa, trabajadora, siempre cabizbaja y con modales impecables. Pero Don Esteban era un hombre acostumbrado a ser engañado. Esa noche, decidió ponerla a prueba. Fingiría estar dormido y, cuando creyera que nadie lo veía, comprobaría por sí mismo lo que hacía.
Cuando el reloj marcó la 1:15, oyó pasos. Pasos suaves, cuidadosos, casi invisibles. La puerta se abrió con un leve crujido.
«Aquí estoy», pensó. «Ahora lo desenmascararé».
Pero lo que vio fue muy distinto de lo que había imaginado. Lucía entró lentamente, con una pequeña caja de madera en la mano. Su expresión no era la mirada astuta de una ladrona, sino una mirada triste y quebrada.
Se acercó a la cama y se arrodilló. Don Esteban sintió que su cuerpo temblaba. ¿Qué estaba haciendo?
Lucía susurró algo que apenas pudo oír: «Señor Esteban, por favor, perdóneme». Sus palabras eran temblorosas, pero sinceras.
Don Esteban mantuvo los ojos cerrados, fingiendo dormir, pero por dentro ardían la curiosidad y el asombro.
La muchacha abrió la caja. Dentro había una vieja fotografía, rasgada por la mitad. Don Esteban reconoció la imagen de inmediato. Era él, la esposa que había perdido años atrás y la niña a la que nunca volvió a ver.