5 años completos. Ramón cae de rodilla sobre la grava caliente. Llora abiertamente, sinvergüenza, con soyosos que le sacuden todo el cuerpo. El hombre espera en silencio. Finalmente, Ramón logra hablar. Dile, dile a su jefe que Ramón Castillo nunca olvidará esto. Nunca. El hombre sonríe, esta vez con algo parecido a calidez genuina. Él ya lo sabe.
Las suburbanas se van dejando una nube de polvo dorado bajo el sol de julio. Ramón se queda arrodillado en la grava con 50.000 pesos en un sobre y una tarjeta blanca en la mano. Lucía sale corriendo del taller. Vio todo desde la ventana. ¿Qué fue eso? Pregunta aterrada.
Ramón se levanta lentamente, mira el sobre, mira la tarjeta, mira a su esposa que lo observa con ojos llenos de miedo y esperanza mezclados. Fue un pago, dice finalmente, por un trabajo que hice hace meses. Un buen trabajo. Lucía no es tonta. Ve los 50.000 pesos. Ve la tarjeta misteriosa. Ve la expresión en el rostro de su marido.
Entiende que algo cambió, que una puerta se abrió, que esa puerta puede llevar a la salvación oa la destrucción. ¿Qué vamos a hacer? Susurra. Ramón guarda la tarjeta en su cartera, en el compartimento más escondido. Vamos a vivir, responde. Vamos a darle a Andrea su educación. Vamos a comprar tus medicinas. Vamos a ser una familia normal.
Hace una pausa y vamos a rezar para nunca tener que usar ese número. ¿Qué harías tú si recibieras ese dinero y esa tarjeta? Comentalo abajo. Pasan 2 años. Son los mejores dos años de la vida de Ramón Castillo. Andrea ingresa a la Universidad Autónoma de Sinaloa con la beca misteriosa que cubre absolutamente todo. Estudia medicina con calificaciones perfectas. Lucía tiene un tratamiento nuevo para su diabetes.
Medicinas importadas que realmente funcionan. Miguel y Sofía van a una escuela privada donde usan uniformes limpios y tienen libros nuevos. El taller prospera. Ramón contrata a dos ayudantes, compra herramientas profesionales, pinta el letrero con colores brillantes. La familia se muda a una casa pequeña pero digna en la colonia Las Palmas de Culiacán.
Tienen refrigerador nuevo, televisión, ventiladores que funcionan. No son ricos, pero por primera vez en sus vidas no están sobreviviendo, están viviendo. Ramón guarda la tarjeta blanca en su cartera, pero nunca la usa. Reza cada noche para nunca tener que usarla. Octubre del 2008. Ramón está cerrando el taller a las 9 de la noche cuando suena su teléfono celular. Es Andrea.