El padrastro que crió a las cuatro hermosas hijas de su difunta esposa… y el final totalmente inesperado, veinte años después.

Cuando Daniel Harris se casó con Margaret en 1999, no imaginaba que su vida iba a dar un giro semejante. Daniel tenía treinta y dos años, era un mecánico discreto de Ohio, huérfano desde muy joven y acostumbrado a la soledad. Margaret, por su parte, era viuda desde hacía un año. Su marido había muerto brutalmente en un accidente de coche, dejándola sola con cuatro hijas: Emily (10 años), Sarah (8), Anna (6) y la pequeña Grace (3). El dolor y la inestabilidad financiera seguían pesando con fuerza sobre aquella familia.

El Padrastro y las Cuatro Hermanas

I. La Pérdida y una Nueva Vida

Había una vez un hombre bueno y trabajador cuya esposa, el amor de su vida, falleció trágicamente, dejándole al cuidado de sus cuatro jóvenes hijas. Aunque no eran hijas de su sangre, él las amaba como si lo fueran, y les juró sobre la tumba de su madre que nunca las abandonaría.

Las niñas, de nombres Rosa, Margarita, Jazmín y Violeta (nombres que reflejaban la belleza y dulzura que su madre veía en ellas), estaban desconsoladas. El hombre, con inmensa paciencia y cariño, se convirtió en su roca. Aprendió a peinarlas, a escuchar sus penas y a trabajar el doble en el campo para darles de comer y un techo seguro. A pesar de la pobreza, la casa estaba llena de amor.

II. La Aparición de un Pretendiente

Con los años, las cuatro niñas se convirtieron en mujeres de una belleza extraordinaria, cada una con un carácter único:

  • Rosa, la mayor, era sabia y serena.

  • Margarita, la segunda, era alegre y llena de vida.

  • Jazmín, la tercera, era dulce y soñadora.

  • Violeta, la menor, era vivaz y curiosa.

Su fama se extendió por el valle, y no pasó desapercibida para un hombre rico pero arrogante de un pueblo cercano. Este hombre, viudo y sin hijos, solo anhelaba una esposa bella que fuera el trofeo perfecto para su fortuna. Al enterarse de las cuatro hermanas, decidió que se casaría con la más hermosa de todas.

III. La Prueba del Padrastro

Un día, el hombre rico llegó a la humilde cabaña montado en su caballo. Sin miramientos, le dijo al padrastro:
—He oído hablar de la belleza de tus hijas. Quiero elegir a una para que sea mi esposa. Dime, ¿cuál es la más bella?

El padrastro, que amaba a cada una de sus hijas por igual y las veía perfectas en su individualidad, se sintió profundamente ofendido. Para él, no eran mercancías. Con una calma firme, respondió:
—Señor, mis hijas no son flores en un mercado para ser escogidas. Las amo a las cuatro por igual. Son la memoria viva de su madre, y su belleza interior brilla más que cualquier apariencia. No puedo, ni quiero, elegir a una sobre otra.

El hombre rico, furioso por la negativa, escupió:
—¡Eres un tonto! Te ofrezco riquezas y una vida mejor para una de ellas, y te niegas. Están mejor sin ti, cargando con esta pobreza.

IV. La Verdadera Riqueza