El padrastro que crió a las cuatro hermosas hijas de su difunta esposa… y el final totalmente inesperado, veinte años después.

Esa noche, el padrastro, con el corazón apesadumbrado, reunió a sus hijas.
—Hoy un hombre poderoso me pidió la mano de una de ustedes —comenzó, con voz serena—. Pero me negué. No porque no merezcan riquezas o comfort, sino porque el amor no se elige ni se comercia. Ustedes cuatro son el tesoro más preciado que su madre me dejó. Prefiero mil veces verlas felices y unidas en la honestidad, que ver a una de ustedes convertida en la joya de un hombre que no ve más allá de un rostro bonito.

Las cuatro hermanas, lejos de enfadarse, se abalanzaron sobre él abrazándolo.
—¡Tenías toda la razón, padre! —exclamó Rosa—. Ningún título o riqueza vale lo que tu amor y lealtad.
—¡Eres el mejor padre del mundo! —gritó Violeta, saltando de alegría.
Margarita y Jazmín asintieron con lágrimas en los ojos, agradecidas por tener a un hombre de principios que las protegía.

V. La Recompensa Inesperada

Lo que ninguno de ellos sabía es que el hombre rico, lleno de rencor, había regresado para espiar la cabaña, esperando encontrar a las hijas enfadadas con su padrastro por haber arruinado su "oportunidad". Desde la ventana, escuchó toda la conversación y fue testigo del abrazo lleno de amor y gratitud.

Por primera vez en su vida, su corazón de piedra se conmovió. Vio la escena: la pobreza de la casa, pero la riqueza abrumadora del cariño que allí habitaba. Comprendió, con una claridad dolorosa, que él, con todas sus posesiones, era más pobre que ese humilde campesino.

Avergonzado y con el orgullo herido, pero también con una nueva luz en el alma, se marchó en silencio.

Al día siguiente, un carruaje llegó a la cabaña. No traía al hombre rico, sino a su mayordomo, con un mensaje y un regalo. El mensaje decía:

"He sido un necio. Ayer, desde la ventana, fui testigo de una lección de vida que el dinero no puede comprar. Usted, señor, es el hombre más rico que he conocido. Por favor, acepte este regalo no como un pago, que sería un insulto, sino como una disculpa y un tributo a la familia que son."

El regalo era una bolsa con suficiente oro para que la familia viviera cómodamente el resto de sus días, y la escritura de propiedad de las tierras que el padrastro trabajaba como arrendatario.

VI. El Final Feliz

La familia, asombrada por el giro de los acontecimientos, vivió a partir de entonces con prosperidad, pero sin olvidar nunca sus valores. El padrastro, ya anciano, pudo descansar y disfrutar de ver a sus hijas crecer.

Con el tiempo, cada una de las hermanas encontró el amor por sí misma, con hombres buenos y trabajadores que las valoraban por quienes eran, no solo por su belleza. Y el hombre rico, habiendo aprendido una valiosa lección, se volvió un filántropo en la región, usando su fortuna para ayudar a los necesitados, buscando ahora la verdadera riqueza que una vez vislumbró a través de una ventana.

Y así, el padrastro que honró la memoria de su esposa amando a sus hijas como propias, fue recompensado con la mayor de las fortunas: una familia unida por el amor más puro y verdadero.