Ella lo humilló en el banco... Unas horas después, lo perdió todo...

Henry asintió cortésmente. «Buenas tardes, señora Bennett. Ya nos conocemos».

El color desapareció de su rostro.

—No te diste cuenta —dijo Henry con voz tranquila— de que el hombre al que despediste era el fundador y director ejecutivo de la empresa con la que esperabas asociarte.

Colocó el cuaderno sobre su escritorio y lo abrió en una página llena de notas: cada palabra de su reunión anterior.

En Carter Financial —continuó—, invertimos en personas, no en instituciones. Quería ver cómo su banco trata a quienes menos tienen.

—Por favor, señor Carter, hay un malentendido —balbució Julia.

El malentendido fue que creía que el éxito excusaba la arrogancia. No puedo confiar miles de millones —y miles de vidas humanas— a alguien que carece de humildad.

Cerró su portátil. «Esta colaboración se da por terminada».

Julia se quedó sin palabras cuando Henry se fue y el sonido de sus pasos resonó por toda la sala de reuniones.

Al caer la noche, se corrió la voz de que el trato se había cancelado. Las acciones de Dominion Trust se desplomaron, los clientes se marcharon y la reputación de Julia se desmoronó. En cuestión de semanas, se vio obligada a dimitir.

Por primera vez en muchos años, Julia se encontró sola, sin títulos, sin poder, sin estructura. Una tarde, mientras caminaba por una zona pobre de la ciudad, se detuvo ante un letrero afuera de un pequeño centro comunitario:

Asesoramiento financiero gratuito para personas mayores y familias de bajos ingresos: voluntarios bienvenidos

Ella dudó y luego entró.

Al día siguiente, regresó para ayudar: enseñó a residentes mayores cómo realizar operaciones bancarias en línea, asesoró a padres solteros sobre planes de ahorro y escuchó más de lo que habló.

Poco a poco comenzó a comprender la lección que Henry quería enseñarle.

Unos meses después, Julia estaba preparando folletos cuando escuchó a una mujer decir: «Había un anciano que abandonó un gran negocio porque el banquero lo trataba mal. En lugar de arruinarlo, esperaba que cambiara. Esa es la verdadera bondad».

Julia no dijo nada. Solo sonrió, silenciosamente agradecida.

Al otro lado de la ciudad, en un alto edificio de oficinas, Henry Carter leía un informe sobre el creciente número de programas de voluntariado en comunidades de bajos ingresos.

Sonrió para sí mismo. La mejor justicia no era la venganza, sino el crecimiento.

Y la mayor riqueza que alguien podría tener era la compasión.