“En nuestra luna de miel, me desperté a mitad de la noche y encontré a mi esposo de espaldas, abrazando una pequeña caja de madera como si fuera un tesoro. Dijo que contenía las cenizas de su exnovia fallecida. Cuando fue a ducharse, la abrí… y lo que encontré dentro me hizo hacer las maletas y pedirle el divorcio antes del amanecer….

“En nuestra luna de miel, me desperté a mitad de la noche y encontré a mi esposo de espaldas, abrazando una pequeña caja de madera como si fuera un tesoro. Dijo que contenía las cenizas de su exnovia fallecida. Cuando fue a ducharse, la abrí… y lo que encontré dentro me hizo hacer las maletas y pedirle el divorcio antes del amanecer….

La luna apenas iluminaba la habitación del pequeño hotel en la costa portuguesa donde pasábamos nuestra luna de miel. Yo dormía profundamente, agotada por el día anterior, cuando un leve movimiento en la cama me despertó. Abrí los ojos, confundida, y tardé unos segundos en entender lo que veía: mi marido estaba sentado al borde del colchón, dándome la espalda, sosteniendo entre sus manos una pequeña caja de madera. La acariciaba con una ternura tan íntima que sentí una punzada de celos inmediatos, casi infantiles.

Al principio pensé que quizás guardaba allí un recuerdo que quería enseñarme, algo emocional que se había traído para la ocasión. Pero entonces escuché cómo murmuraba un nombre que nunca había mencionado desde que estábamos casados: “Lucía…”.
Mi corazón dio un vuelco. Lucía era su exnovia, la que había muerto en un accidente cuatro años antes. Sabía que su muerte lo había marcado, y jamás me había molestado que aún sintiera cariño por ella, pero verlo allí, en plena madrugada, abrazando aquella caja como si fuera un tesoro vivo… algo en mí se tensó.

—¿Qué haces? —pregunté, con la voz aún empapada de sueño.
Él se sobresaltó, casi dejó caer la caja. Me miró como un niño atrapado en un acto prohibido.
—Nada, amor. Sólo… sólo estaba pensando. —La escondió rápidamente bajo la almohada, como si no me hubiera visto.

Me incorporé.
—¿Qué hay en la caja?
Tardó demasiado en responder.
—Son… las cenizas de Lucía.

Sentí un nudo helado en el estómago.
—¿Las trajiste a nuestra luna de miel?
—Ella siempre quiso venir a Portugal… —murmuró, evitando mis ojos.

La conversación terminó porque él se levantó, diciendo que necesitaba una ducha. Yo me quedé en la cama, inmóvil. Mi marido no me mentía, pero tampoco me decía toda la verdad. Lo notaba en su voz, en la tensión de sus hombros. Había algo más.