No le creí. Era demasiado fácil, demasiado conveniente.
—¿Y la foto? ¿Las cartas? ¿La nota?
—No debía haber llevado nada de eso. —Respiró hondo.— Pero necesitaba cerrar ese capítulo. Pensé que… traer la caja me ayudaría a despedirme de ella.
—¿Despedirte de alguien que ves “cuando yo me duermo”? —pregunté, con rabia contenida.
Él se quedó mudo. Su silencio lo decía todo.
Entonces añadí:
—Ella está en Portugal. Subió una foto en Oporto hace dos días.
Lo escuché hundirse en la silla.
—No fue a propósito. Te juro que no… Yo sólo… necesitaba verla. Necesitaba hablar con ella. No sabía cómo decirte que aún tenía asuntos pendientes.
La frase que siguió fue la que me mató:
“Ella me escribió primero.”
Sentí que todo dentro de mí se rompía. Mi matrimonio había durado diez días. Diez días antes de descubrir que él aún mantenía contacto secreto con la mujer que supuestamente “amaba pero había perdido”.
Le colgué. Y esa misma tarde, decidí ir a hablar con la única persona que podía aclararlo todo: Lucía.
Localizarla no fue difícil. Su perfil mostraba un café artístico cerca del río Duero, donde solía trabajar como ilustradora. Fui sin avisar. Necesitaba ver su reacción al verme, necesitaba entender si ella también participaba en la mentira o si había sido una víctima más de mi marido.
Cuando la encontré, estaba sentada frente a su tablet gráfica, dibujando con unos auriculares enormes. Se parecía exactamente a la foto: pelo oscuro, mirada cálida, sonrisa tranquila. No tenía nada de fantasma ni de tragedia.
Me acerqué lentamente.
—¿Lucía?
Ella levantó la vista. Su expresión pasó del desconcierto a una cautela educada.
—Sí… ¿nos conocemos?
—Soy la esposa de Daniel. —No añadí “pronto exesposa”, aunque lo pensé.
Lo primero que hizo fue quitarse los auriculares.
—Oh… —murmuró, sorprendida pero no temerosa.— No esperaba… esto.
Nos quedamos en silencio unos segundos.
—¿Podemos hablar? —pregunté.
Ella asintió y señalamos una mesa más apartada.
No tardé en enfrentarla directamente.
—¿Por qué tiene él fotos tuyas recientes? ¿Cartas? ¿Y por qué escribes cosas como “nos vemos cuando ella se duerma”?
La expresión de Lucía cambió. Ya no estaba tranquila. Ahora parecía… triste.
—Antes de decirte nada —susurró—, quiero que entiendas que yo no quería involucrarte en esto.
—¿Involucrarme en qué?
Suspiró, como quien se prepara para algo inevitable.
—Daniel me buscó primero.
Me quedé helada.
—¿Cómo que te buscó? Él me dijo que tú le escribiste.
Ella negó con la cabeza.
—No. Él me escribió hace unos seis meses. Dijo que necesitaba “cerrar heridas”, que quería disculparse por cómo había terminado todo. No pensé que fuera una buena idea, pero… era un mensaje inofensivo. Acepté conversar.
Tragué saliva.
—¿Y las cartas?
—Él insistía en que quería escribir a mano, que así podía ordenar sus pensamientos. Me enviaba una cada pocas semanas. Nunca le respondí por esa vía, pero él seguía enviándolas.