Esclava ALBINA COLGÓ al HACENDADO por los HUEVOS y las CONSECUENCIAS fueron BRUTALES

En los días que siguieron, un silencio diferente cubrió la hacienda. No era resignación, sino la calma que antecede a la tormenta. Sharila se movía con una serenidad inquietante, observando cada rutina, cada vulnerabilidad del sistema.

Las noches se volvieron su campo de operaciones. Comenzó a tejer su red, eligiendo a sus aliados con extremo cuidado. Se acercó a Jua, un hombre maduro que trabajaba en los hornos y cuya esposa había muerto bajo el castigo del patrón. A Mariquiña, que había perdido a su hijo al ser forzada a trabajar días después del parto. A Francisco, que conocía cada rincón de la hacienda. A Sabrina, que servía en la casa grande, ya Rafael, un hombre de fuerza descomunal.

El grupo final consistió en nueve conspiradores, además de Sharila. El plan era audaz: atacarían durante la gran fiesta de la cosecha, un evento donde Don Avelix, borracho de alcohol y arrogancia, sería más vulnerable

La noche de la fiesta, la casa grande resplandecía. Mientras los invitados adinerados bebían y comían, los conspiradores se movían como fantasmas. Sharila y los demás servían las mesas, con las manos temblando de anticipación, portando cuchillos de cocina y cuerdas ocultas.

A medianoche, en el apogeo de la celebración, Sabrina mezcló hierbas sedantes en las bebidas. Jua y Francisco cortaron la campana de alarma. Don Avelix, en otra demostración de poder, llamó a Sharila y derramó vino directamente a sus pies, ordenándole que se arrodillara y limpiara.

Mientras se agachaba, sus ojos encontraron los de Rafael. Era la señal.

En un movimiento relámpago, Rafael envolvió al patrón con sus brazos, inmovilizándolo. Mariquiña y los demás bloquearon las puertas. El caos se instaló hasta que Sharila se levantó, su voz clara y firme cortando el aire:

—Esta fiesta se acabó

Arrastraron al patrón, ahora aterrorizado, fuera de la casa grande, hacia el patio central, bajo el mismo cielo estrellado que había sido testigo de tanto sufrimiento. Las antorchas proyectaban sombras danzantes.

Sharila se paró frente a él. Su voz no cargaba odio, sino una profunda solemnidad.