Han pasado tres semanas. El domingo por la mañana, Evelyn estaba cocinando panqueques en la cocina nueva de su casa recién renovada, a las afueras de un tranquilo pueblo. El aire fresco de agosto entraba a raudales por las ventanas abiertas de par en par, las cortinas estaban ligeramente levantadas y se oían risas de niños tras la puerta. Sophie y Lucas jugaban en el jardín con su gato adoptado, que aún no se había adaptado del todo al entorno.
Todo parecía perfecto, tal como Evelina lo había deseado. Y de repente, el fuerte repique de la campana interrumpió el idilio. Breve e impaciente, irrumpió en el silencio matutino como un huésped inesperado.
—¿Quién será a estas horas? —murmuró Evelyn, mirando su reloj. Eran las 9:14.
Sophie ya había levantado la cortina y miraba por la ventana.
– Mamá… esa es la abuela. Trae una maleta.
—¿En serio? Lucas se sorprendió y corrió hacia su hermana.
—Serie. Y parece que va a durar más.
Evelyn sintió un nudo en el estómago. Miró a Thomas, que acababa de bajar, ajustándose la camisa y peinándose. Una sola mirada le bastó para comprender lo que estaba pasando.
-Está aquí ¿no?
—Así que. Decidido y listo para “ayudar”.
Tomás respiró profundamente y abrió la puerta sin decir palabra.
Greta estaba de pie en el porche, elegantemente vestida como siempre, con el pelo recogido y una sonrisa radiante.
—¡Buenos días, niños! —dijo con entusiasmo—. Sin duda necesitan ayuda con el equipo. Traje un pastel de semillas de amapola y algunas recetas antiguas de la abuela. ¡Pasaremos unos días juntos!
—Buenos días, mamá… —respondió Tomás, intentando sonar educado—. Pero no nos avisaste.
—¡Ay, no hagas eso! ¡La familia no necesita publicidad! —Greta se fue sonriendo—. Y… tienes una habitación de invitados, ¿verdad?
Evelyn se paró junto a su marido y se dejó ablandar:
Buenos días, Greta. Me alegro de verte, pero… aún no estamos listos para recibir visitas. Todavía estaremos desempacando después de la mudanza…
—Cariño, no te preocupes. No soy exigente. Me quedaré en un rincón. O en un sofá. O lo que sea.
Hubo un breve silencio entre ellos, que Thomas decidió romper antes de que la situación se saliera de control.
Mamá, hablemos. Solo nosotras dos.
Greta levantó una ceja pero lo siguió hasta la terraza.
En la terraza, Tomás habló abiertamente, sin pretensiones, por primera vez:
Mamá, tenemos que ser sinceros. Te queremos, pero necesitamos espacio. Compramos esta casa para empezar una nueva etapa. Tranquilos y sin estrés. No podemos volver a lo que era.
Greta frunció el ceño.