Hay una verdad especial en las leyendas de los pueblos: lo que sucede por casualidad…

“Un Destino Confuso”

Introducción

Hay una verdad especial en las leyendas de pueblo: lo que ocurre por casualidad no es en absoluto accidental. Así lo decía mi abuela, así susurraban las ancianas en sus porches, así lo transmitían de generación en generación quienes creían que el destino no tolera los errores y que si uno tropieza, todo vuelve a su lugar.

Pero me di cuenta de esto demasiado tarde, veinte años después.

Hubo una vez, allá por 2005, en que me consideraba afortunado. Un joven a punto de comenzar una nueva vida con la mujer de la que estaba tan enamorado que no podía respirar sin pensar en ella. Creía que me esperaba un hogar, hijos, mañanas compartidas, pan compartido, felicidad compartida.

Pero resultó que ni el hogar, ni la felicidad, ni el amor eran míos.

Todo porque un día, en un simple día de verano, las viejas casamenteras del pueblo… confundieron a la novia.

Han pasado dos décadas desde entonces: veinte años llenos de silencio, frío, vacío y una sola pregunta:

¿Y si todo hubiera salido bien?

Y solo ahora lo entiendo: el destino nunca olvida, el destino nunca perdona, el destino siempre devuelve todo a su lugar. A veces con crueldad. A veces en silencio. Pero siempre, inevitablemente.

Esta es la historia de cómo un error fortuito arruinó la vida no solo de mí, sino de todos los involucrados.

Y cómo, años después, vi cómo el destino les pagó.

Desarrollo

1. Un día caluroso, un pueblo perdido

2005.

Nuestro pequeño pueblo sería imposible de encontrar en un mapa si no fuera por la vieja iglesia, que sobresalía en una colina como un faro olvidado. Nada especial: unas pocas docenas de casas, un camino de tierra que se convertía en un río de lodo en primavera, dos tiendas, un club, una caseta de paramédicos.

El verano abrasó todo ser viviente. El polvo se levantaba a cada paso, adherido a sus pies, ropa y cabello. La gente se escondía a la sombra como animales. Pero hacía fresco bajo el abedul centenario. Había un viejo cenador, de esos que construyen los abuelos y luego pintan durante décadas para que no se desmoronara.