Hay una verdad especial en las leyendas de los pueblos: lo que sucede por casualidad…

Solo… no era mía.

Vivíamos cerca, pero nunca juntas.

Resentía cada sombra.

Celesaba cada palabra.

Creía que yo era la culpable de todo: sus sueños incumplidos, nuestras peleas, su soledad.

Y yo simplemente guardaba silencio.

Porque no tenía la fuerza para amarla.

No tuvimos hijos.

Ella me culpaba, yo culpaba al destino.

Nuestra casa era fría, como un granero vacío.

Envejecimos juntas, pero no juntas.

Y cada año pensaba en una sola cosa:

¿Dónde está Lena ahora? ¿Es feliz? ¿Ha encontrado a alguien que la tome de la mano?

8. El destino empieza a vengarse

La Lena mayor, con la que me casé, empezó a beber. En silencio. Sin que nadie se diera cuenta. Primero, un trago por las noches. Luego por las mañanas.

Ella decía:

“Todo es por tu culpa. No me quieres”.

No discutí.

No podía decir que no la quería desde el principio.

Bebía mucho, se desvaneció y se encerró en sí misma.

Los Chernov —sus padres— discutían, la presionaban, intentaban “hacerla entrar en razón”. Pero cuanto más la presionaban, más rápido se hundía.

Unos años después, el padre de mi esposa —su corazón— murió.

Dos años después, su madre.

Se quedó sola, con un marido que solo estaba allí en cuerpo.