Hoy, mi hija abrió su helado de chocolate favorito, el que come casi todos los días después del colegio.

Nos quedamos sin palabras. Lo primero que pensé fue: ¿cómo llegó ahí? ¿Quizás en la fábrica, durante el llenado de los cucuruchos? O, aún más aterrador, ¿habría llegado después del envasado, congelado en el azúcar? Estábamos asqueados y aterrorizados. Mi hija no pudo mirar el helado mucho tiempo; le temblaban las manos. Inmediatamente le saqué una foto y presenté una queja al fabricante.

Desde ese momento, la sola idea de comer helado me producía una sensación desagradable. Porque nunca se sabe lo que se esconde bajo esa capa de chocolate perfectamente lisa…