Y más importante, aseguraba que Carmen se sintiera incluida en cada chiste, cada anécdota, cada momento. Julián observaba todo con una expresión que Elena no podía descifrar completamente, algo entre gratitud, admiración y algo más profundo que ella no se atrevía a identificar. En un momento cuando Carmen estaba conversando animadamente con la esposa del gobernador a través de la traducción de Elena, Julián se inclinó hacia ella y susurró, “Gracias no solo por hacer tu trabajo, sino por tratar a mi madre como la persona extraordinaria que es.” Llegó el momento del discurso de Julián.
se puso de pie en el podio con la confianza natural de un líder acostumbrado a dirigirse a audiencias importantes. Comenzó hablando sobre la fundación, sobre los proyectos de construcción de escuelas en comunidades marginadas, sobre los programas de becas para estudiantes de bajos recursos. Su voz era clara y apasionada, y el salón entero lo escuchaba con atención absoluta. Pero entonces algo cambió. Julián miró hacia donde estaba sentada su madre, sus ojos encontrándose con los de Carmen y su voz se suavizó con emoción genuina.
Esta noche quiero hablar sobre algo profundamente personal. Comenzó. Mi madre, Carmen Valdés, es la mujer más fuerte que conozco. Perdió su audición en un accidente cuando yo tenía 10 años y en lugar de permitir que eso la definiera, se adaptó con gracia y determinación extraordinarias. Pero debo confesar algo con vergüenza, continuó Julián, su voz quebrándose ligeramente. Durante años, yo, su propio hijo, no hice el esfuerzo de aprender lenguaje de señas con fluidez. Me comunico con ella a través de notas escritas y labios que lee, pero nunca le di el regalo de poder hablar en su propio idioma.
El silencio en el salón era absoluto. Hace dos semanas, una mesera en un restaurante hizo algo que me cambió para siempre. Elena Rivera, en un acto de pura bondad y empatía, se comunicó con mi madre en lenguaje de señas. Vi la alegría en el rostro de mi madre, una alegría que yo con todos mis recursos y privilegios, no había podido darle. Elena sintió que todos los ojos del salón se giraban hacia ella. Su rostro ardía de vergüenza y también de algo que podría hacer orgullo.
Por eso, anunció Julián con voz firme. Me complace presentar la nueva iniciativa de nuestra fundación, el programa de inclusión para personas sordas. Invertiremos 5 millones de pesos en los próximos 3 años para crear escuelas especializadas, programas de capacitación en lenguaje de señas para negocios y familias y becas completas para estudiantes sordos que deseen estudiar artes, ciencias o cualquier campo que elijan. El aplauso que siguió fue ensordecedor. Carmen tenía lágrimas corriendo por sus mejillas mientras Elena le traducía cada palabra del discurso de su hijo.