¡JEFE, SU MADRE ESTÁ VIVA LA VI EN EL MANICOMIO!— GRITÓ LA EMPLEADA AL VER EL RETRATO EN LA MANSIÓN

El daño estaba hecho. Héctor la miró con una mezcla de horror y compasión. La paz no se construye con mentiras, Jimena. Se construye con amor y tú mataste el amor que había en esta casa. Esa misma noche, Héctor salió sin decir a dónde iba. Dolores lo acompañó. tenía un contacto. Una enfermera que trabajó con ella, Olivia Torres. Ella podría saber el paradero de doña Josefa. Cuando llegaron al pequeño apartamento de Olivia, la mujer los recibió nerviosa. Pensé que nunca vendrían dijo.

He guardado esto por años. De una caja de metal sacó un sobre amarillento con el logo de la clínica San Miguel Arcángel. Dentro había un expediente incompleto y una hoja con un sello reciente. En ella, una sola línea lo cambió todo. Paciente trasladada a residencia Santa Lucía. Registro Nomebio 217. Héctor apretó el papel contra el pecho. Santa Lucía repitió, ¿dónde queda eso? En las afueras de Toluca, respondió Olivia. Pero tenga cuidado, señor Montiel. No todos quieren que esa verdad salga a la luz.

Afuera, la lluvia volvía a caer con furia. Dolores lo miró con firmeza. ¿Está listo para lo que pueda encontrar? Héctor asintió. Lo único que temo es no llegar a tiempo. Subieron al coche. Las luces se perdieron entre la neblina rumbo al lugar donde el amor había sido sepultado vivo. Y mientras el motor se alejaba, una voz en su interior susurraba, “No busques venganza. busca redención. Esa voz era la de su madre. Y por primera vez en años, Héctor volvió a creer que aún podía escucharla.

El amanecer sobre Toluca era pálido y húmedo. El coche avanzaba lento por un camino de tierra que conducía a un edificio aislado, casi oculto entre eucaliptos. El cartel en la entrada decía, “Residencia Santa Lucía, cuidados especiales. ” Héctor bajó del auto con el corazón golpeándole el pecho. Dolores lo acompañaba, sosteniendo en su mano una carpeta con los papeles que Olivia le había dado. La fachada del lugar era fría, silenciosa, con muros grises y ventanas cerradas. No había flores, ni risas, ni rastros de vida.

Una enfermera salió a recibirlos. ¿Puedo ayudarlos? Busco a una paciente, dijo Héctor mostrando el expediente. Josefa Montiel. La mujer frunció el seño. No tenemos registro público, solo visitas autorizadas. Héctor le extendió un fajo de billetes. Ahora lo está. La enfermera dudó, pero el miedo y el dinero pesan distinto. Revisó una carpeta y murmuró: “Habitación 217, segundo piso, al fondo del pasillo. Gracias”, dijo Héctor sin esperar. El corredor olía a desinfectante y recuerdos. Las puertas tenían números oxidados y el aire se sentía espeso, como si el tiempo allí se moviera más lento.