Todo mentira. pero dichas con una dulzura que desarmaba cualquier sospecha. Dolores, la entonces joven empleada, notaba el cambio en el ambiente. El aire se volvía pesado cada vez que Jimena entraba a una habitación. “No le gusta que usted esté cerca de la niña, doña Josefa”, le susurró un día mientras servía el té. Ya lo sé, hija”, respondió la anciana con una sonrisa triste, pero la verdad siempre se abre paso, hasta las mentiras más finas se rompen con el tiempo.
Doña Josefa comenzó a escribir cartas que nunca enviaba. En ellas contaba cómo se sentía observada, juzgada, desplazada, pero nunca imaginó que esas mismas palabras serían usadas en su contra. Un mes después, Villalobos presentó a Héctor un informe clínico con membrete y sello. Decía que su madre mostraba síntomas tempranos de demencia senil y confusión episódica. El hijo lo leyó varias veces sin poder creerlo. ¿Está seguro, doctor? Por desgracia, sí. Es leve, pero podría empeorar”, respondió Villalobos mientras Jimena bajaba la mirada con gesto compungido.
Doña Josefa entró justo en ese momento. “¿Ah? ¿Qué es eso que leen con tanto secreto?” Héctor ocultó el papel nervioso. “Nada, mamá, solo un informe de rutina.” Pero ella no era tonta, lo vio en su rostro. La duda ya había echado raíces. Esa noche, mientras el silencio cubría la mansión, Jimena observó desde la ventana del cuarto matrimonial a su suegra rezando frente al piano. ¿Qué tanto pides, vieja terca?, susurró. Doña Josefa abrió los ojos y, sin saber que la observaban, dijo al aire, “Que Dios te ilumine, muchacha, antes de que tu ambición te condene.
Esa fue la última noche de paz en la casa Montiel. El invierno llegó con un aire extraño en la mansión. Los días eran más fríos y no solo por el clima. Héctor evitaba las conversaciones largas con su madre y Jimena parecía disfrutarlo. Había logrado lo que tanto deseaba, sembrar la duda. Y una vez que la duda germina, solo necesita un poco de miedo para florecer. Cada mañana Héctor recibía reportes discretos del Dr. Villalobos. El psiquiatra hablaba con tono grave.
profesional, pero detrás de sus palabras se escondía el mismo interés que lo había llevado ahí. Dinero, no quiero alarmarlo decía en cada encuentro. Pero los síntomas son claros. Doña Josefa está empezando a perder noción del tiempo. Héctor asentía con el corazón apretado. Jimena, a su lado fingía sorpresa y preocupación, aunque por dentro sonreía. Una tarde, después de una pequeña confusión con la medicación de Sofía, Jimena aprovechó para dar el siguiente paso. Héctor, por favor, ya no podemos seguir así, dijo entre soyozos falsos.