La ambulancia llegó en pocos minutos, pero para Anna fue una eternidad. Al borde de la inconsciencia y del desmayo, el único apoyo fue una voz masculina, desconocida pero firme: «Aguanta, todo estará bien. Los niños están conmigo, están a salvo». Robert sostenía la mano del pequeño Lucas, que lloraba sin emoción. Sofie, con los ojos llenos de lágrimas, lo miraba con incredulidad, pero con una necesidad desesperada de protegerlo.
Los paramédicos colocaron a Anna en una camilla y revisaron rápidamente sus signos vitales. «Deshidratación severa, agotamiento, posible hipoglucemia», dijo uno de ellos. Robert asintió y miró a los niños. «Los acompaño», dijo con firmeza. El conductor de la ambulancia le indicó con la cabeza que subiera.
El viaje al hospital fue turbulento. Anna, conectada a un suero, parecía una frágil brizna de hierba. Robert, acostumbrado a tomar decisiones financieras millonarias, sintió por primera vez en mucho tiempo que una vida humana valía más que todos los contratos del mundo. Tomó la manita de Sofía y Lucas se durmió, apoyado en su costoso traje como si fuera el lugar más seguro.
En el hospital, los médicos confirmaron el diagnóstico: fatiga extrema, desnutrición y shock emocional. Fueron días de descanso y cuidados. Robert permaneció en el pasillo. Los niños, exhaustos por las lágrimas, se durmieron en una silla, cubiertos por su chaqueta. En el silencio del hospital, este "magnate de hierro" sintió por primera vez en mucho tiempo una grieta en el muro que rodeaba su corazón.
Cuando Anna despertó al día siguiente, vio por primera vez los rostros de los niños, durmiendo plácidamente uno junto al otro. Entonces vio una silueta alta junto a la ventana. "¿Por qué lo hiciste?", preguntó en voz baja. Robert sonrió levemente. "Porque nadie más lo hizo. Y no podía apartar la mirada".
Los días siguientes fueron una revelación para ella. Robert trajo ropa para los niños, juguetes y comida sana para Anna. No quería ser un salvador, pero cada gesto demostraba un cariño sincero. Cuando los médicos le dijeron que podía volver a casa, surgió la pregunta: ¿dónde? Ya no tenía apartamento, la familia de su marido la rechazaba y casi no tenía dinero.