Esa noche, en el vestíbulo del hospital, Robert decidió: «Anna, sé que apenas me conoces. Tienes motivos para no creerme. Pero déjame ayudarte. Tengo una casa grande y vacía. Puedes vivir allí con los niños hasta que te recuperes. No quiero nada a cambio». Anna lo miró con lágrimas en los ojos. «¿Por qué yo? ¿Por qué ahora?». Él respondió secamente: «Porque tú y tus hijos merecen una oportunidad. Y por fin tengo que hacer algo que realmente importe».
Así comenzó un nuevo capítulo. La enorme villa de Robert, aún fría y silenciosa, se llenó de las risas de Lucas y Sofía. Para Anna, aún parecía un sueño: habitaciones luminosas, una cocina llena de comida, un jardín donde los niños podían corretear. Pero lo que más la conmovió fue el comportamiento de Robert: no como un padrino, sino como alguien que descubrió la alegría de estar con alguien.
Se desarrolló un vínculo silencioso entre ellos. Anna, agradecida y cautelosa, rehízo poco a poco su vida: encontró trabajo en una pequeña librería donde podía trabajar unas horas al día. Robert, acostumbrado a dirigir un imperio, aprendió a leer cuentos antes de dormir, a reparar juguetes y a escuchar sin juzgar.
Pasaron los meses. A los ojos del mundo entero, Robert Klein seguía siendo el mismo multimillonario. Pero en el fondo, las cosas habían cambiado: la villa se había convertido en un hogar, Anna era una persona cercana, y Lucas y Sofia habían llenado un vacío que miles de millones de dólares jamás podrían llenar.
Una tarde de otoño, Anna salió al jardín y encontró a Robert mirando las estrellas. «Sabes», dijo en voz baja, «antes de conocerte, creía que el mundo se había olvidado de mí. Que a nadie le importaba. Pero tú cambiaste eso». Robert la miró y respondió con sinceridad: «Y cambiaste algo en mí. Puede que tenga muchas casas, pero nunca he tenido un verdadero hogar».
Bajo las estrellas, dos personas de mundos tan distintos comprendieron que el destino no los unió por casualidad. La historia apenas comenzaba, pero para Anna, Lucas y Sofía, la vida se renovó. Y para Robert, el mayor beneficio ya no era el dinero, sino las sonrisas de la familia que se había convertido en la suya.