La camarera que conmovió a un billonario: el reencuentro que destapó una traición familiar.

Margaret suplicó: —Edward, podemos arreglar esto. Podemos… —Vete —dijo Edward con firmeza. Margaret parpadeó. —¿Qué? —Haz las maletas. Vete. Mis abogados se encargarán del resto.

En las semanas siguientes, Lily dudó en aceptar el mundo de Edward: lujo, seguridad, una mansión donde se sentía extraña. Una noche, Edward la encontró frente a un plato intacto. —¿Tienes hambre? —preguntó él suavemente. —No. No es la comida. Es solo que no pertenezco a este lugar. Edward se sentó a su lado. —Esta casa no nos convierte en familia. Eres tú quien me importa. Su mirada se suavizó. —¿De verdad lo crees? —Sí —respondió él con seguridad—. Quince años perdidos, pero pasaré el resto de mi vida reparándolo, si me dejas.

Poco a poco, Lily comenzó a confiar en él: volvió a la escuela, acompañó a Edward a eventos, siempre de su brazo. Por primera vez, se sentía realmente deseada, no por obligación, sino por amor. Margaret fue procesada por fraude, secuestro y poner en peligro a una menor.

El día del juicio, Edward apretó la mano de Lily mientras pasaban junto a los periodistas. —No necesitas mirarla —le susurró. Lily asintió. —Ella ya no me importa. Solo te quiero a ti. Esa noche, en la calma de la mansión, Lily murmuró: —Papá, ¿puedo llamarte así? Los ojos de Edward se llenaron de lágrimas. —Por favor. He esperado quince años para oírlo.

Por primera vez desde que la había perdido de bebé, Edward Harrington se sentió finalmente completo.