La taza se volcó y el líquido caliente se derramó sobre el rostro de Helen. La mujer lanzó un breve grito de sorpresa y náuseas, y los invitados saltaron de sus sillas. Eva corrió hacia su madre horrorizada, intentando limpiarle la cara con un paño húmedo.

Cayó la noche en Varsovia, pero nadie en el pequeño apartamento cerró los ojos. Eva estaba sentada junto a la cama de su madre, completamente despierta. Sabía que, a partir de ese momento, su vida cambiaría para siempre.

Al día siguiente fue a la comisaría. Temblaba, pero habló con firmeza. Lo contó todo, y testigos —vecinos y familiares— confirmaron cada palabra.

Marek fue citado para interrogatorio. Intentó mantener la calma, pero había ansiedad en su mirada. Ya no era un esposo seguro, sino un hombre que comprendía que había perdido a su familia, su respeto y quizás incluso su libertad.

Al mirar a su madre, Eva sintió fuerza por primera vez en mucho tiempo. Sabía que le esperaba un duro camino, pero tomó una decisión: nunca más permitiría que nadie la humillara.

Así terminó una velada que se suponía iba a ser una celebración. Y aunque las heridas dolían, comenzaba un nuevo capítulo en sus vidas.