Incluso los cereales integrales, a menudo considerados más saludables, pueden causar este tipo de acumulación. También contienen ácido fítico, que inhibe la absorción de minerales esenciales como el zinc, el magnesio y el calcio.
Para limitar este efecto, adopta una dieta baja en carbohidratos, como la dieta cetogénica (keto). Este tipo de dieta estabiliza el azúcar en sangre y favorece el uso de las reservas de grasa como fuente de energía.
Fructosa: El enemigo silencioso de tu hígado.
La fructosa, un azúcar presente en las frutas, el azúcar de mesa, el jarabe de agave y el jarabe de maíz de alta fructosa (JMAF), es particularmente dañina. A diferencia de la glucosa, la fructosa no es utilizada directamente por las células para producir energía. Se metaboliza en el hígado, donde sobrecarga el órgano y contribuye a la acumulación de grasa visceral.
El consumo habitual de productos que contienen jarabe de maíz de alta fructosa (JMAF), presente en refrescos, zumos de frutas, siropes, caramelos y muchos alimentos procesados, daña el hígado de forma similar al alcohol. Además, estos productos suelen elaborarse con maíz transgénico tratado con herbicidas tóxicos.
Para proteger tu hígado, reemplaza estos alimentos con alternativas dulces naturales como el azúcar de coco, la stevia o la fruta del monje, y evita los productos procesados.
Proteínas aisladas de soja: un peligro para las hormonas y el hígado.
Las proteínas aisladas de soja son proteínas vegetales económicas que se extraen de soja transgénica. Se utilizan ampliamente en barritas proteicas, sustitutos vegetarianos de la carne, comidas preparadas para dietas y algunas fórmulas infantiles.
Los edulcorantes artificiales también afectan a la microbiota intestinal, favoreciendo la inflamación crónica y los trastornos metabólicos. Por lo tanto, aumentan indirectamente el riesgo de aumento de peso, depresión y ansiedad.
Para una alternativa saludable, mezcla agua con gas con fruta triturada y un toque de stevia para crear una bebida refrescante y sin azúcar.
Bebidas alcohólicas: una sobrecarga para el hígado.
El alcohol, incluso con moderación, supone una carga significativa para el hígado. Este órgano debe metabolizar el alcohol antes de poder procesar las grasas o los azúcares. Esta sobrecarga provoca inflamación hepática, lo que limita su capacidad para quemar grasa de forma eficiente. Con el tiempo, esto puede causar hígado graso y acumulación de líquido en el abdomen (ascitis).
Además, el alcohol inhibe la quema de grasas porque el hígado debe eliminarlo primero antes de procesar otras fuentes de energía. Esto agrava el almacenamiento de grasa visceral, especialmente si también se consumen alimentos ricos en fructosa o carbohidratos.
Para reducir estos efectos, evite o limite el consumo de alcohol y siga una dieta que favorezca la función hepática.