Entre los brindis y las risas, una figura femenina apareció en la puerta. Todos se giraron, y el tiempo pareció detenerse. Era ella, Clara, vestida con el mismo vestido rojo que la había humillado unos meses antes, pero esta vez era un símbolo de poder. Llevaba el cabello recogido, se movía con elegancia, sonreía con serenidad; no quedaba rastro de la tímida doncella.
La sala estaba llena de ruido. Nadie la reconoció. Alejandro la miró sin pestañear, con sorpresa y confusión. "¿Quién es esta mujer?", preguntó en voz baja, pero al observarla de cerca, su expresión cambió. "Eso es imposible, Clara". Caminó lentamente hacia él con paso firme. "Buenas noches, señor Domínguez", dijo con elegancia.
Lamento interrumpir su celebración, pero me invitaron como diseñadora invitada. Se quedó sin palabras. Resultó que un diseñador famoso había descubierto los bocetos de Clara en una red social local. Su talento y creatividad la llevaron a crear su propia línea de moda, Rojo Clara, inspirada en la pasión y la fuerza interior de las mujeres invisibles.
Y ahora su colección se presentaba en el mismo hotel donde una vez la habían humillado. El vestido que llevaba era del mismo corte que el del desafío, pero lo había diseñado y confeccionado ella misma. Alejandro, sin palabras, solo pudo balbucear: «Lo lograste». Clara sonrió con calma. «No lo hice por ti, Alejandro. Lo hice por mí y por todas las mujeres que alguna vez han sido señaladas y ridiculizadas».
Bajó la mirada en silencio. Por primera vez, el hombre que creía tenerlo todo se avergonzó. Los aplausos del público llenaron la sala cuando el presentador anunció: «Y ahora, un aplauso para la diseñadora revelación del año, Clara Morales». Alejandro aplaudió lentamente, con una lágrima de arrepentimiento brotando de sus ojos.
Se acercó a ella y le dijo en voz baja: «Sigo cumpliendo mi promesa. Si ese vestido te quedara bien, me casaría contigo». Clara sonrió, pero su respuesta fue un elegante golpe al cinturón. No necesito un matrimonio basado en el ridículo. Ya he encontrado algo más valioso: mi dignidad. Se giró y caminó hacia el escenario bajo el resplandor dorado de las lámparas de araña, entre aplausos, luces y admiración.
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Alejandro la observó en silencio, sabiendo que jamás olvidaría ese momento. El hombre que una vez se había burlado de ella ahora estaba mudo de asombro.