“¿Qué quieres decir, Quang?”
Pero el hombre se inclinó rápidamente y dijo:
“Ella… ella es mi supervisora directa en la empresa. ¡Ella fue quien firmó y aprobó nuestro contrato para el proyecto del hotel!”
Todos quedaron asombrados. Mi suegra estaba atónita, y Ate Hanh se quedó como una piedra, incapaz de hablar.
Me acerqué y con calma dije:
“Buenos días, señor Quang. Nunca pensé que nos encontraríamos en un momento así.”
Tartamudeó su respuesta:
“Señora… este, señora… Estoy muy sorprendida. Muchísimas gracias por su ayuda. Disculpe si…”
Simplemente sonreí:
“No es nada. Hoy es tu día feliz. Estoy aquí para felicitarte, no para recordártelo.”
Todos guardaron silencio. Sentí cómo las miradas de la gente hacia mí cambiaban: del desprecio al respeto.
Ate Hanh forzó una sonrisa:
“Ah… con razón. ¿Así que mi cuñada… es la jefa de mi marido?”
Asentí con la cabeza y dije en voz baja:
“Sí, pero en el trabajo no hablo de asuntos personales. Para mí, la riqueza o la pobreza no se miden por el lugar de origen, sino por la forma en que uno vive su vida.”
Todo estaba en silencio. Hasta que oí a mamá suspirar:
“Hanh, deberías aprender. De lo que te enorgulleces es solo de tu apariencia. Pero la verdadera dignidad reside en tu carácter.”
Me limité a sonreír. No necesitaba insultarlos; la verdad era suficiente para que entraran en razón.
Después de la boda, toda la familia me trató diferente. Incluso Ate Hanh me mandó un mensaje disculpándose. No le guardé rencor; hasta sentí lástima por ella. Porque a veces, la gente te menosprecia simplemente porque no te conoce de verdad.
Mi marido me abrazó y me susurró:
“Estoy orgullosa de ti. Le diste una lección sin que yo tuviera que alzar la voz.”
Sonreí:
“Nadie es pobre para siempre, y nadie es rico para siempre. Lo que importa es cómo tratas a los demás cuando estás en la cima.”
Miré al cielo y sonreí. Al final, pensé: la vida es justa. Llegará el día en que los orgullosos se doblegarán ante aquellos a quienes antes despreciaban.
Y cuando lo oí gritar de nuevo: «¡Director!», no sentí orgullo. Porque sabía que el verdadero respeto no se compra con dinero; es fruto del carácter y del trabajo duro.