Mi esposa había reservado $7,000 para su licencia de maternidad. Le pedí que se los diera a mi hermana, que está a punto de dar a luz, pero se negó. Entonces me reveló algo que me devastó por completo...

Cuando su esposa embarazada estaba a punto de ser incinerada, el esposo abrió el ataúd para verla por última vez... y vio que su vientre se movía. Detuvo el procedimiento de inmediato. Cuando llegaron los médicos y la policía, lo que descubrieron dejó a todos en shock...

La mañana en que Clara Martín iba a ser incinerada, el ambiente en el crematorio de Zaragoza era denso, silencioso, sofocante. Su esposo, Álvaro Herrera, caminaba como si cada paso lo enterrara más profundamente. Clara había fallecido dos días antes, tras complicaciones repentinas durante su séptimo mes de embarazo. Todo había sucedido tan rápido que Álvaro apenas tuvo tiempo de comprender. Solo sabía que estaba a punto de despedirse de ella para siempre.

El ataúd había sido sellado en el hospital, pero Álvaro había preguntado, entre lágrimas y con la voz entrecortada, si podía abrirlo unos segundos antes de la cremación. El encargado del crematorio accedió, conmovido por su petición. Con manos temblorosas, Álvaro levantó la tapa y vio a Clara, con el rostro sereno, casi como si estuviera dormida. Su vientre, aún redondo, parecía inmóvil... hasta que algo sucedió.

Fue un movimiento breve, casi imperceptible. Pero Álvaro lo vio con claridad. Su corazón se paró. El encargado del crematorio retrocedió un paso, pálido, al notar un segundo movimiento, esta vez más nítido, como un leve empujón desde dentro.

—¡Deténganse! —gritó Álvaro, dividido entre el pánico y la esperanza—. ¡Hijo mío... hijo mío, muévete!

En cuestión de segundos, el proceso se detuvo. Se llamó a los servicios de emergencia y a la policía, según el protocolo, ya que se trataba de un cuerpo que ya había sido registrado. Álvaro permaneció cerca del ataúd, repitiendo que lo había visto, que no estaba loco, que no podía confundirlo con nada más.

Unos minutos después, llegaron los paramédicos. Una de ellas, la Dra. Fernanda Luque, pidió que no se tocara nada hasta evaluar la situación. Con suavidad y rapidez, examinó el cuerpo de Clara y le colocó el estetoscopio en el abdomen. Su expresión pasó de la concentración al asombro absoluto.

Se oyó un latido. Débil, pero definitivamente real.

Álvaro sintió como si el mundo se derrumbara por segunda vez, justo cuando el equipo médico se preparaba para intervenir. Sin embargo, lo que estaban a punto de descubrir al abrir el abdomen de Clara superaría cualquier cosa que pudieran haber imaginado...

La Dra. Fernanda Luque ordenó que el cuerpo de Clara fuera trasladado de inmediato a una sala del crematorio donde pudieran intervenir mientras esperaban una ambulancia equipada. La prioridad era una sola: intentar salvar a la bebé. El protocolo era complejo, pero cada segundo contaba.

Álvaro permaneció a un metro de distancia, apoyado por un policía que intentaba calmarlo. La situación era excepcional y requería absoluta precisión. Cuando la doctora tuvo el equipo necesario, explicó con voz firme:

—Clara está clínicamente muerta, pero el bebé aún tiene latidos. Intentaremos una cesárea perimortem.

La frase dejó a todos helados.

Fernanda, asistida por otro médico que había llegado mientras tanto, comenzó a abrir con cuidado el abdomen de Clara. Todo transcurrió en un tenso silencio, interrumpido únicamente por las instrucciones quirúrgicas. Cuando finalmente llegaron al útero, la doctora contuvo la respiración un segundo.

"Ahí está..." murmuró.

El bebé estaba vivo, aunque su piel estaba preocupantemente pálida. Tras cortar el cordón umbilical, lo envolvieron rápidamente en mantas térmicas y le colocaron una pequeña mascarilla neonatal para administrarle oxígeno.

Álvaro vio el momento en que lo levantaron. Era pequeñito, pero movía los brazos. Se le partió el corazón.

"¿Está... está bien?" preguntó en voz baja.