Nos sentamos en el salón, donde el tiempo parecía haberse detenido. El mismo sofá de flores, la misma foto enmarcada de mi madre en la chimenea.
Saqué la carta. «Encontré el vestido de novia de mamá», dije. «Había una nota dentro. Decía que tenía miedo. Que había descubierto algo sobre ti».
Él se puso rígido, su expresión vaciló. «¿Qué quieres decir?» Lo miré directamente a los ojos. «¿Le mentiste, David? ¿Sobre tu pasado? ¿Sobre tu exmujer?»
Soltó un largo y cansado suspiro. «No mentí», dijo en voz baja. «No se lo conté todo. Margaret era… complicada. El divorcio aún no estaba finalizado cuando conocí a tu madre. Estaba esperando a que terminaran los trámites, pero ella lo descubrió antes de que pudiera explicarlo. Creyó que la había traicionado».
«¿Y el dinero?» Él dudó. «Se lo pedí prestado para cerrar los últimos puntos del divorcio. Tenía la intención de devolvérselo, pero cuando me confrontó, estaba furiosa. Dijo que ya no podía confiar en mí».
Bajó la mirada a sus manos. «Se fue esa misma mañana. Le supliqué que se quedara, pero ya estaba decidida». Había dolor en su voz, pero también culpa. No sabía qué creer.
«¿Por qué nunca me hablaste de esto?», susurré. «Porque quería protegerte», dijo en voz baja. «Eras una niña. Ya habías perdido mucho».
Luego me miró, con los ojos brillantes. «Quería a tu madre, Lily. No le hice daño. No sé qué pasó después de que se fuera, y es algo que siempre lamentaré».
Al salir de su casa, me sentí a la vez más ligera y más pesada. Más ligera porque por fin lo entendía: mi madre no había desaparecido por egoísmo. Más pesada porque algunas preguntas nunca tendrían respuesta.
Unas semanas después, decidí hacer algo con ese vestido. No podía quedármelo; cargaba con demasiado dolor, demasiados fantasmas de lo que pudo haber sido. Lo llevé a limpiar y lo doné a una asociación que proporciona vestidos de novia a mujeres que no pueden permitírselo. Me pareció lo correcto. Mi madre siempre creyó en las segundas oportunidades, en la idea de ayudar a otros a empezar un nuevo capítulo.
El día de mi boda, no llevé su vestido, pero metí su carta en mi ramo. De pie al principio del pasillo, sentí su presencia; no como la mujer que desapareció, sino como la madre que amó profundamente, que intentó hacer lo correcto y que encontró, a pesar de décadas de silencio, una forma de llegar hasta mí.
Su historia me había perseguido durante gran parte de mi vida, pero encontrar ese vestido me ofreció algo que pensé que nunca volvería a conocer: la paz.
Porque aunque nunca sepa exactamente lo que pasó, por fin he entendido la verdad que ella quería revelarme: que el amor, la honestidad y el valor valen más que una boda perfecta o un «final feliz». Y ese es, creo, el verdadero final que ella habría deseado.