Mi hijo no se está muriendo, está siendo envenenado, afirmó ella, pero podemos salvarlo ahora mismo. Vístalo, llévelo al hospital público del norte. El Dr. Héctor Solís nos está esperando. Hágale un análisis de sangre, solo uno. En una hora sabrá la verdad. Julián la miró, sus ojos grises llenos de un terror primordial, el terror de que ella tuviera razón y el terror de que no la tuviera. Anso, dijo Julián, su voz irreconocible, “Traiga mi abrigo y prepare el Land Cruiser.
Nos vamos, señor”, dudó el mayordomo ahora y traiga una manta para Bruno. 15 minutos después, Julián Alcocer, el multimillonario, salía por la puerta principal con su hijo dormido en brazos, envuelto en una manta, seguido por la joven enfermera, que acababa de arriesgarlo todo. Llegaron al hospital público del norte, un mundo aparte de las clínicas privadas que Julián frecuentaba. El Dr. Héctor Solís los esperaba en la puerta de urgencias. Señor Alcocer, dijo el doctor Solís sin formalidades. Soy el doctor Solís.
El ara me ha puesto al tanto. Vamos a hacer esto rápido. Llevaron a Bruno a una sala de pediatría. Le hicieron un electrocardiograma. Corazón perfecto murmuró el técnico. Le hicieron una radiografía de tórax. Pulmones limpios, capacidad total”, dijo el doctor Solís mirando el negativo. Finalmente, la prueba de sangre. Le sacaron un pequeño vial a Bruno que ni siquiera se despertó. El laboratorio de toxicología lo priorizará. Tendremos los resultados en una hora. dijo el doctor Solís. Esa hora fue la más larga en la vida de Julián Alcoser.
Se sentó en una silla de plástico naranja con su traje de miles de euros arrugado, mirando a su hijo dormir en una camilla bajo la luz fluorescente. El ara se quedó a su lado en silencio. Finalmente, el doctor Solís regresó con varias hojas en la mano. Su rostro era sombrío. Señor Alcoser, dijo el médico, su hijo es un niño de 4 años perfectamente sano. Físicamente está en el percentil 50. No hay rastro de cardiopatía, no hay el más mínimo indicio de inmunodeficiencia.
Su recuento de glóbulos blancos es normal. Julián cerró los ojos, una lágrima escapando. Entonces, ¿estás sano? Está sano. Sí, dijo el Dr. Solís, pero también está siendo envenenado. Su panel de toxicología es el peor que he visto en un niño. Tiene niveles de lorcepam en sangre, equivalentes a los de un adulto en tratamiento por ansiedad severa. Y hemos encontrado trazas de tres fármacos, un betabloqueante, un antisicótico y un inmunosupresor. Señor, la señorita Ginner tenía razón. Si hubiera seguido este tratamiento, su hijo no habría muerto de una enfermedad, habría muerto de un fallo hepático o renal causado por este cóctel.