Jardín, no puedo ir al jardín. Es peligroso. Peligroso. Como el doctor Ramiro dice que puedo bacterias y ponerme más enfermo. El ara estaba cada vez más intrigada. Aislar a un niño de esa manera no era un protocolo médico estándar, ni siquiera en casos inmunodeprimidos graves. Se requería un equilibrio. ¿Qué tal si leemos una historia? Tengo un libro en mi maleta sobre un dragón que no quería echar fuego. Los ojos de Bruno se abrieron con sorpresa. Podemos. No me hará daño.
Claro que podemos, Bruno. Leer historias cura el aburrimiento, que es una enfermedad terrible. Cuando empezó a leer, notó algo extraño. El niño parecía hipnotizado por su voz, como si no estuviera acostumbrado a la simple interacción humana. Media hora después, Julián Alcoser llegó a casa. Era un hombre de 38 años, alto, cabello oscuro, perfectamente peinado, vestido con un traje de tres piezas que costaba más que el coche de Elara, pero su rostro tenía una expresión de agotamiento y tristeza que ni el dinero ni el poder podían ocultar.
Julián dedicaba 18 horas al día a Alcoser Holdings para no pensar en la enfermedad de su hijo y en la culpa paralizante de no poder curarlo, de haber perdido a su esposa en el parto y estar ahora perdiendo a su hijo. ¿Cómo ha ido el primer día? Le preguntó a Ans mientras se aflojaba la corbata. La nueva cuidadora parece competente, señor. Está siguiendo todos los protocolos. Ahora mismo está en la habitación. Julián subió las escaleras, no de dos en dos, sino con un cansancio que reflejaba su ánimo.
Encontró a Elara terminando la historia del dragón. Bruno estaba más animado de lo que lo había visto en meses. Papá. Bruno saludó con la mano, pero no intentó levantarse de la cama. Julián se acercó. Pero se detuvo a 2 metros de la cama, manteniendo una distancia respetuosa, como si tuviera miedo de contaminar a su hijo o de contagiarse de su dolor. Hola, campeón. ¿Cómo fue tu día? La tía Elara me leyó la historia del dragón que se hizo amigo del príncipe y no echaba fuego.
Qué bien. Julián miró a Elara. Sus ojos grises eran indescifrables. Gracias por cuidarlo. Es un placer, señor Alcocer. Bruno es un niño muy especial, especial y muy frágil, puntualizó Julián, casi como una advertencia. Espero que haya entendido todas sus limitaciones. Las he entendido, sí, pero el notó la extraña interacción. Julián parecía aterrado de acercarse demasiado, como si demostrar cariño pudiera de algún modo lastimar a Bruno. Papá, ¿vas a cenar conmigo hoy? El rostro de Julián se ensombreció.
No puedo, campeón. Tengo una reunión importante con el equipo de Tokio. La sonrisita de Bruno se desvaneció. Siempre tienes reunión. Es el trabajo, hijo, para pagar tus medicinas. Todas tus medicinas. Julián salió rápidamente de la habitación, casi huyendo, dejando a Bruno triste y a Elara profundamente confundida. Esa noche, mientras preparaba la dosis de las 9 pm de Bruno, Elara decidió revisar las prescripciones una por una. Como enfermera, sabía identificar para qué servía cada compuesto. “Qué extraño”, murmuró alineando los frascos en la encimera del baño privado de Bruno.