Ningún médico podía curar al hijo del millonario, hasta que la niñera revisó las almohadas…

Absolutamente. Si no se lo administramos ahora, podría convulsionar esta noche. No sobrevivirá a una convulsión completa. La mentira fue tan devastadora que el ara se quedó sin aliento. Julián asintió con la cabeza derrotado. Está bien, aplíqueselo. El ara observó horrorizada e impotente mientras el doctor Ibáñez le inyectaba el sedante a Bruno. En 20 minutos el niño que estaba riendo y saltando volvió a ser el de siempre, sobnoliento, apático, con la mirada perdida. “Listo”, dijo el doctor Ibáñez, satisfecho.

“Crisis evitada. Pero, señor, al cocer esto es grave. La cuidadora lo sacó de su rutina y casi nos cuesta caro. ” Esa noche el doctor Ibáñez volvió con almohadas nuevas. Estas son importadas de Alemania. aún más especiales, no pueden ser tocadas por nadie más que por mí o por usted, señor Alcoser. El ara vio cómo colocaba las almohadas en la cama de Bruno. Estaba segura de que había más sobres de veneno dentro de ellas. Bruno volvió a dormir mal, a despertar cansado, a estar apático durante el día.

Tía Elara le susurró. Al día siguiente he vuelto a estar flojito. La pregunta inocente del niño le partió el corazón. Ella sabía lo que estaba pasando. Pero, ¿cómo podía demostrarlo? Necesitaba pruebas más allá de su palabra contra la de un médico respetado. Elara se sentía atrapada. Era una prisionera en una jaula de oro, igual que Bruno. Sabía la verdad, pero estaba sola. El doctor Ibáñez tenía a Julián Alcoser completamente manipulado y el personal de la casa, especialmente Ansob Barros, solo seguía las órdenes del médico y del mayordomo, que parecían valorar la rutina por encima del bienestar del niño.

Durante los siguientes días, Elara tuvo que fingir. tuvo que volver a ser la cuidadora obediente, administrando las dosis que ahora sabía que eran veneno, aunque intentaba dar la menor cantidad posible sin que fuera obvio, disolviendo parte en el lavabo antes de entrar a la habitación. Pero el daño principal venía de las almohadas y esas no podía tocarlas. decidió investigar la única parte del rompecabezas que le faltaba, el historial médico de Bruno. El fin de semana, mientras Julián estaba en un viaje de negocios en el extranjero y el doctor Ibáñez no estaba, encontró a Bruno más somnoliento que de costumbre.

“Bruno, cariño”, le dijo suavemente mientras jugaban a un juego de memoria en la cama, un juego que Bruno perdía constantemente debido a la sedación. ¿Hace cuánto tiempo que el doctor Ramiro es tu médico? Bruno parpadeó intentando enfocar. Mm. Siempre desde que estaba en la barriga de mamá, creo. Y nunca has visto a otros médicos. Quizás uno que te haga cosquillas con un martillito o una doctora simpática. Bruno negó con la cabeza. No, papá dice que el doctor Ramiro es el único que entiende mi enfermedad.

Los demás no saben. Ya veo, dijo elara sintiendo un escalofrío. Y dime, Bruno, ¿alguna vez te han hecho fotos de tus huesos? Fotos. Sí, como una cámara, pero que ve por dentro. ¿O alguna vez has estado en un hospital? La palabra hospital provocó una reacción en el niño. Se encogió visiblemente entre las almohadas. No, los hospitales son malos. son peligrosos para mí. El doctor Ramiro dice que si voy a un hospital puedo puedo morirme. Hay muchas bacterias.