Ahora el ara lo tenía claro. Bruno nunca había sido examinado por nadie más. No había una segunda opinión, no había radiografías, ni ecografías, ni análisis de sangre independientes. El doctor Ibáñez no solo estaba inventando un diagnóstico, estaba fabricando toda la realidad médica del niño. Lo había aislado por completo del sistema de salud real. Pero, ¿por qué? ¿Por qué un médico respetado haría algo tan monstruoso solo por el placer de controlar a una familia? No tenía sentido. Tenía que haber algo más.
La respuesta llegó el lunes. El ara vio el sedán oscuro del doctor Ibáñez subir por el camino de entrada. Era una visita no programada. Bruno estaba durmiendo su siesta forzada por los sedantes. Elara sintió pánico, pero luego vio que el doctor no subía a la tercera planta. Da dirigió directamente al despacho de Julián Alcoser, que había vuelto de su viaje esa mañana. Elara supo que esa era su oportunidad. Con el corazón en la garganta, cogió una bandeja vacía de la cocina, la llenó con dos vasos de agua y se dirigió al ala oeste.
Anson la detuvo en el pasillo. ¿Qué hace, señorita Ginner? El señor Alcoer y el doctor están reunidos. Llevo agua”, dijo con la voz más neutral que pudo. Anso la miró con sospecha. Ellos no han pedido nada. Déjelo. Yo me encargo. Solo cumplo con mi trabajo. Anso, con permiso. Pasó junto a él antes de que pudiera detenerla. Se acercó al despacho. La puerta de roble macizo estaba cerrada, pero no del todo. Había una rendija de apenas 1 cm.
Pudo oír las voces dentro. dejó la bandeja en una mesita cercana y se ocultó en el hueco de un arco, fingiendo arreglarse el zapato, lo suficientemente cerca para oír. Oyó a Julián suspirar, un sonido cargado de desesperación. Doctor, no entiendo. Pensé que con los nuevos medicamentos importados. La voz del doctor Iváñez era grave, falsamente compasiva. Julián, tengo que ser honesto contigo. El cuadro de Bruno se está deteriorando. La medicación ya no es suficiente. Su sistema inmunológico está colapsando.
El ara tuvo que morderse el labio para no gritar. ¿Qué? ¿Qué significa eso? Preguntó Julián con voz rota. Significa que necesitamos pasar a la siguiente fase. Hay unos exámenes genéticos especializados, una nueva tecnología de resonancia con contraste cuántico y una biopsia cardíaca mínimamente invasiva. Son pruebas muy caras, claro, no se hacen aquí. Hay que enviar las muestras a un laboratorio en Suiza. ¿Cuánto? No importa lo que sea. Dijo Julián. Hubo una pausa. El ara contuvo la respiración.
Estamos hablando de una nueva línea de tratamiento. Los exámenes iniciales y la importación del equipo costarán unos 200,000 € 200,000. El ara casi se ahoga y eso lo curará. Preguntó Julián con un hilo de esperanza. Julián, dijo el doctor bajando la voz, tenemos que ser realistas. Sin estas pruebas dudo que Bruno, dudo que le queden más de 6 meses. Con ellas podemos ganar tiempo, quizás un año. El ara sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies. No era un error médico, no era un trastorno psicológico del doctor, era la estafa más cruel y metódica que había visto en su vida.
El doctor Ibáñez estaba dando a Bruno un plazo de vida falso para extorsionar cientos de miles de euros a un padre atterrorizado y lleno de culpa. Ya no pudo oír más. La rabia era tan fuerte que la dejó sorda. Salió corriendo de allí, olvidando la bandeja, y subió a su habitación. Anso la vio pasar corriendo, pero el ara no se detuvo. Se encerró en su cuarto temblando. Cogió su teléfono y los tres sobres con el polvo blanco que había escondido.