Ningún médico pudo curar al hijo del millonario, hasta que la niñera revisó las almohadas

—¿Cómo podría resistirme a eso?
—¿Es un sí? —preguntó Julián.
—Es un sí.

Unos meses después, en una ceremonia sencilla en el jardín de la mansión, Julián y Elara se casaron. Bruno fue el encargado de llevar los anillos. El doctor Héctor Solís fue el invitado de honor.

Un año más tarde, Bruno, ahora un niño ruidoso y feliz de 5 años, irrumpió en la habitación de sus padres un sábado por la mañana.

—¡Mamá, papá, despertad!

Elara se incorporó riendo.

—Buenos días, terremoto.
—Mamá, ¿es verdad? —preguntó Bruno, saltando en la cama.
—¿Qué cosa, cariño?
—Que ya no voy a ser hijo único. Que voy a tener un hermanito.

Elara miró a Julián por encima de la cabeza de Bruno. Él le sonrió con ternura. Elara estaba embarazada de tres meses.

—¿Y cómo lo has sabido, detective? —preguntó Julián, divertido.
—Porque papá no deja de tocarte la barriga —respondió Bruno—. Y yo quiero enseñarle a subir al árbol del jardín.

Julián abrazó a su esposa y a su hijo. Su familia, por fin, estaba completa. La mansión, que un día fue una tumba silenciosa de tristeza y culpa, era ahora un hogar lleno de vida, risas y, sobre todo, amor.

Un amor nacido del valor de una mujer que se negó a aceptar la oscuridad y decidió luchar por la luz de un niño inocente.