Fue a principios de junio de 2013 cuando David Miller, un marinero experimentado de unos 40 años, decidió llevar a su hija de 12 años, Emily, a un viaje de fin de semana en velero por la costa de Massachusetts. Navegar siempre había sido su pasión compartida, una tradición que se remontaba al quinto cumpleaños de Emily. Su esposa, Claire, los despidió con la mano desde el muelle del puerto ese viernes por la tarde, esperando su regreso para el domingo por la noche
Pero el domingo llegó y pasó sin rastro del Sea Breeze (Brisa Marina), su modesto balandro de casco blanco. Para el lunes por la mañana, el pánico se apoderó de la situación. Se alertó a la Guardia Costera y los equipos de búsqueda peinaron la costa y las aguas abiertas durante días. Los helicópteros volaban bajo sobre el océano, los botes de rescate rastreaban cada ensenada, pero no había restos del naufragio, ni chalecos salvavidas, ni escombros.
En una semana, se suspendió la búsqueda oficial, dejando a Claire con nada más que la persistente ausencia de respuestas. Surgieron rumores: algunos decían que una tormenta los había pillado desprevenidos, otros susurraban sobre equipo defectuoso y unos pocos insinuaban algo más oscuro: que David podría haber fingido su desaparición
Durante la siguiente década, Claire vivió en un limbo de dolor y preguntas sin respuesta. Mantuvo el estudio de David exactamente como había estado: las cartas de navegación aún clavadas en la pared, una gorra de marinero gastada colgando de la puerta. Visitaba el puerto a menudo, como si esperara que el Sea Breeze regresara deslizándose algún día.
Entonces, en 2023, todo cambió. Una tarde, recibió una carta con matasellos de Portugal. Dentro había una sola hoja de papel. Decía:
Claire, siento que has tenido que vivir con la incertidumbre durante tanto tiempo. Estamos a salvo. Puedo explicártelo todo. — David.
La carta incluía una dirección en un pequeño pueblo costero cerca de Oporto. En contra del consejo de sus amigos, Claire reservó un vuelo. Cuando llegó, encontró a David —más viejo, con barba, curtido por el sol— de pie en la puerta de una modesta cabaña blanca. Y detrás de él, una Emily adulta, con una expresión mezcla de alegría y aprendizaje
La invitaron a entrar y, mientras tomaban un fuerte café portugués, David finalmente contó la verdad. En ese viaje en velero en 2013, habían descubierto una bolsa de lona flotando en el agua, cerrada con cremallera pero con fugas. Dentro había fajos de dinero en efectivo (más tarde estimados en más de 1,5 millones de dólares) envueltos en plástico, junto con un pequeño revólver manchado de óxido. David supuso que era el resultado de un intercambio criminal que había salido mal.