Miró el reloj dorado, ese objeto que había sido su única identidad, y tomó una decisión drástica. Se levantó con cuidado para no despertar a Valentina y caminó hacia la salida, decidido a convertir ese oro en vida. Los lazos invisibles que lo unían a esa familia eran ahora cadenas de amor irrompibles. El hospital público era un caos de gente, olores antisépticos y lamentos, un lugar donde la esperanza y la resignación libraban una batalla constante.
Mateo regresó a la sala de espera después de una hora con la muñeca desnuda y un fajo de billetes en el bolsillo, sintiendo un extraño alivio al haberse desechó del reloj. había vendido su pasado para asegurar el futuro de Rosita, logrando un precio justo en una casa de empeño nocturna gracias a su habilidad innata para negociar. Valentina despertó al sentir su presencia y lo miró con ojos enrojecidos, notando inmediatamente la ausencia del objeto dorado.
¿Lo vendiste?, preguntó ella con un hilo de voz, entendiendo el sacrificio sin necesidad de explicaciones. “Era solo un objeto, Valentina. Tu abuela vale más que todo el oro del mundo”, le aseguró él acariciando su cabello revuelto. En ese momento, un médico de aspecto cansado salió a buscarlos con una expresión grave que hizo que el estómago de Mateo se contrajera.
“La señora Rosita está estable, pero su corazón está muy débil. Necesita una cirugía y medicamentos que el Seguro Popular no cubre completamente, informó el doctor. Mateo sacó el dinero sin dudarlo. Haga lo que tenga que hacer, doctor. Aquí está el pago inicial y conseguiré más si es necesario. El médico miró el dinero y luego a Mateo, sorprendido por la discrepancia entre su apariencia de vagabundo y sus recursos.
Muy bien, prepararemos el quirófano, pero deben saber que es una operación de alto riesgo a su edad. Valentina soltó un soy y Mateo la abrazó con fuerza, transmitiéndole una seguridad que él mismo apenas lograba mantener. Las horas siguientes fueron una tortura lenta marcadas por el tic tac de un reloj de pared que parecía burlarse de su ansiedad.
Mateo aprovechó el tiempo para reflexionar sobre los destellos de memoria que se hacían más frecuentes y nítidos. Recordó el rostro de Renata, su hija, una adolescente que lo miraba con decepción en su última memoria clara. ¿Por qué lo miraba así? El dolor de ese recuerdo era más agudo que cualquier herida física. se dio cuenta de que había sido un padre ausente, un hombre consumido por la ambición y los negocios, dejando de lado lo esencial.
“Si salgo de esta, voy a arreglarlo todo.” Se juró a sí mismo, mirando a Valentina dormir de nuevo en su regazo. La operación de Rosita se prolongó hasta el amanecer, manteniendo a todos en vilo. Cuando finalmente el médico salió con noticias positivas, Mateo sintió que le quitaban una losa de encima. Salió bien. Es una mujer muy fuerte, dijo el cirujano con una sonrisa cansada.
Valentina saltó de alegría y abrazó a Mateo, y en ese abrazo algo se desbloqueó en la mente de él. Un olor, quizás el desinfectante o el perfume barato de una enfermera que pasaba, detonó una avalancha de recuerdos. Vio la reunión, la copa que Mauricio le ofreció con esa sonrisa falsa y escuchó las palabras de Mariela. Es mejor así, Mateo, estás muy estresado.
La traición se despegó ante él con una claridad cinematográfica y brutal. No había sido un accidente ni un asalto. Había sido un intento de asesinato premeditado por las dos personas más cercanas a él. Sintió una náusea profunda, no física, sino moral, al comprender la magnitud de la maldad humana.
Pero junto con la ira vino el recuerdo de quién era realmente Mateo Romero, un hombre que había construido un imperio desde la nada. La amnesia se disipó como niebla ante el sol, dejándolo expuesto a la cruda realidad. Mateo, ¿estás bien? ¿Te pusiste muy pálido?, le preguntó Valentina, notando el cambio en su postura y en su mirada. Él la miró, pero ya no con los ojos confundidos del náufrago, sino con la intensidad del capitán que retoma el mando. “Lo recuerdo todo, Valentina.
Sé quién soy y sé lo que me hicieron”, le confesó con voz firme. La niña lo miró con una mezcla de asombro y miedo. “¿Te vas a ir ahora que sabes que eres rico.” Mateo se arrodilló frente a ella para estar a su altura. Me voy a ir para recuperar lo que es mío, pero no para volver a ser el de antes, le prometió. Voy a asegurarme de que tú y Rosita nunca vuelvan a pasar necesidad.
Valentina asintió confiando en él, aunque una parte de ella temía perderlo para siempre en ese mundo de riqueza que desconocía. Pasaron los días de recuperación de Rosita en el hospital y Mateo utilizó ese tiempo para planear su regreso meticulosamente. No podía aparecer, simplemente tenía que hacerlo de manera que no pudieran volver a atacarlo.
Usó el teléfono público del hospital para hacer una llamada a un antiguo aliado, un abogado que había sido marginado por Mauricio. La voz al otro lado de la línea tembló al escucharlo. Señor Romero, todos lo daban por muerto”, exclamó el abogado. Mateo le dio instrucciones precisas, pidiéndole discreción absoluta y que preparara los documentos necesarios para retomar el control de la empresa.
Sentía que estaba jugando una partida de ajedrez, donde su vida era el rey y su familia adoptiva eran las piezas que debía proteger a toda costa. Cuando Rosita fue dada de alta, Mateo las llevó de regreso a casa en un taxi, pagando con lo último que quedaba del reloj. La anciana lo miraba con curiosidad, notando el cambio en su porte, la seguridad que emanaba ahora.
Ya sabe quién es, ¿verdad?, le dijo ella cuando lo acostaron en su cama. Sí, Rosita, y lamento haberles traído problemas, pero voy a solucionarlo todo. Ella le sonrió débilmente. Usted no trajo problemas, trajo vida a esta casa vieja.
Esa noche, Mateo se despidió de ellas temporalmente, explicando que debía enfrentar a sus demonios solo. Valentina lloró aferrándose a su pierna y él tuvo que contener las lágrimas para no derrumbarse. Volveré. Te doy mi palabra de honor”, le dijo, entregándole una pequeña medalla que siempre llevaba en el cuello y que no había vendido. Salió de la casa bajo el manto de la oscuridad, transformado de nuevo en Mateo Romero, pero con el corazón de Miguel, el hombre del basurero, caminó hacia la ciudad, sintiendo cada paso como una declaración de guerra. iba a enfrentar a Mauricio y a Mariela,
pero su mayor temor no eran ellos, sino la reacción de su hija Renata. ¿Creería ella las mentiras que le habían contado? La incertidumbre lo carcomía. Llegó a las oficinas de su aliado al amanecer, donde se aseó y se vistió con ropa prestada que le quedaba un poco grande, pero que le devolvía su dignidad.
Al mirarse en el espejo, vio a un hombre diferente. Las canas habían aumentado, las arrugas alrededor de los ojos eran más profundas, pero su mirada tenía una humanidad que antes no existía. Estaba listo. Subió al coche que el abogado le había preparado y se dirigió hacia la mansión en Polanco, el lugar que alguna vez llamó hogar y que ahora sentía como un campo de batalla.
Los ecos de su vida olvidada habían dejado de ser susurros para convertirse en un grito de justicia. La mansión de los romero se alzaba imponente, ajena al drama que estaba a punto de desarrollarse en su interior. Mateo observó la fachada desde el coche, notando que los jardineros trabajaban como si nada hubiera pasado, manteniendo la ilusión de perfección. Respiró hondo, armándose de valor, y bajó del vehículo, ignorando la mirada atónita del guardia de seguridad que casi deja caer su radio al verlo.
“Abra la puerta, Belarde”, ordenó Mateo con su antigua voz de mando, y el portón se abrió lentamente, como si la casa misma reconociera a su dueño legítimo. Caminó hacia la entrada principal, sintiendo la adrenalina correr por sus venas. Al entrar escuchó risas provenientes del salón. Eran Mauricio y Mariela brindando con champán a media mañana.
La escena le revolvió el estómago, los traidores celebrando sobre su tumba vacía. Entró en la habitación sin anunciarse y el silencio que siguió fue absoluto y sepulcral. Mariela soltó la copa que se hizo añicos contra el suelo de mármol y Mauricio se puso pálido como un cadáver. Sorprendidos, preguntó Mateo con una calma glacial, disfrutando del terror en sus ojos.
Mateo, Dios mío, estás vivo. Balbuceó Mariela, intentando componer una actuación de esposa aliviada, pero el miedo la delataba. Ahórrate el teatro, Mariela, lo recuerdo todo. La cortó él sec. Mauricio intentó acercarse con las manos en alto. Amigo, no sabes cuánto te hemos buscado. Estábamos desesperados. Mateo soltó una risa amarga.
Me buscaron para asegurarse de que estuviera muerto, supongo. La confrontación se volvió tensa y verbalmente violenta. Mateo les enumeró cada detalle de la traición, desarmando sus mentiras una por una. les informó que sus abogados ya estaban congelando las cuentas y que la policía estaba en camino para investigar el intento de homicidio y el fraude corporativo.
Mariela comenzó a llorar, esta vez de verdad, al ver su mundo de lujos desmoronarse, mientras Mauricio buscaba una salida acorralado como una rata. Pero lo que más le importaba a Mateo no estaba en esa sala. ¿Dónde está Renata? Exigió saber. está en su cuarto. No la metas en esto”, suplicó Mariela. Mateo subió las escaleras de dos en dos, ignorando los gritos de su exesposa.
Abrió la puerta de la habitación de su hija y la encontró con los audífonos puestos, ajena al caos. Al verlo, la chica de 15 años se quitó los auriculares y se quedó paralizada. “Papá”, susurró y en sus ojos Mateo vio la duda que habían sembrado en ella. Es verdad que te volviste loco mamá dijo que huiste. Mateo se sentó en el borde de la cama, manteniendo una distancia respetuosa.
Tu madre y Mauricio te mintieron, Renata, pero no estoy aquí para hablar mal de ellos, sino para decirte la verdad. le contó su historia, omitiendo los detalles más sórdidos para protegerla, pero siendo honesto sobre su desaparición y quién lo había salvado. Renata escuchaba procesando la información, viendo las cicatrices en las manos de su padre y la sinceridad en su voz.
“Y esa gente, la niña y la abuela, te ayudaron sin pedir nada”, preguntó ella, incrédula. Me dieron la vida, Renata, cuando yo no tenía nada que ofrecerles. Me enseñaron lo que es ser familia de verdad, respondió Mateo con emoción. La chica comenzó a llorar y abrazó a su padre, rompiendo la barrera de frialdad que había existido entre ellos durante años. En ese abrazo, Mateo sintió que había recuperado lo más importante.
Bajaron juntos las escaleras justo cuando la policía llegaba para llevarse a Mauricio, quien gritaba amenazas vacías mientras era esposado. Mariela se quedó sentada en el sofá, derrotada, mirando cómo se llevaban a su amante y como su marido e hija la miraban con decepción.
“Vete de mi casa, Mariela”, le dijo Mateo. “Habla con mis abogados. Te daré lo justo, pero no quiero verte aquí. La mujer, despojada de su arrogancia salió de la mansión con lo opuesto, enfrentando por primera vez las consecuencias de sus actos. La casa quedó en silencio, pero esta vez era un silencio de limpieza, de un nuevo comienzo.
Esa misma tarde, Mateo llevó a Renata a la cocina y preparó algo sencillo, rechazando la ayuda del servicio doméstico. Quería servir a su hija, cuidarla como había aprendido a hacer con Valentina. ¿Puedo conocerlas?, preguntó Renata de repente, rompiendo el silencio. A Valentina y a Rosita. Mateo sonrió. sintiendo un orgullo inmenso. Claro que sí, pero tendrás que dejar tus zapatos caros aquí. Vamos a ir a un lugar donde se camina sobre tierra.