Karine y Jean se habían casado de todos modos, aunque la madre de Karine, Sophie Léonide, no estaba, ni de lejos, entusiasmada.
Karine y Jean se habían casado de todos modos, aunque la madre de Karine, Sophie Léonide, no estaba, ni de lejos, entusiasmada.
—Hija mía, ese no es el tipo de marido que te hace falta —se burló al verlo llegar—. Ese Jean-Claude nunca conoció a sus padres, lo crió su abuela, no tiene familia. Trabaja en un tallercito de barrio, un simple obrero, nada más.
—Mamá, no es culpa de Jean-Claude que sus padres murieran cuando era bebé —replicó Karine, un poco irritada—. Terminó su BTS, es muy apañado, sabe hacer de todo.
—Y sobre todo sabe desbastar trozos de hierro, ¿verdad?, ese es su “trabajo” —soltó Sophie, sin piedad—. ¿Cómo vais a vivir con su sueldo? Tú solo estás en cuarto año de universidad, tienes que terminar tus estudios a toda costa. Sin la ayuda de tu padre y la mía, no tenéis ninguna posibilidad.
Karine aguantaba aquellas diatribas, mientras que Jean-Claude, ocupado en su trabajo, apenas las oía. Su suegra usaba las palabras para sembrar la discordia, porque no soportaba al yerno.
Jean-Claude era un joven serio, exmilitar, que amaba profundamente a Karine. Ella no podía imaginar la vida sin él. Antes de la boda, él la había convencido:
—Vivir en casa de mi abuela es mejor. Solo tenemos un dos ambientes, pero ya es más grande que los cuatro ambientes de tus padres.
Jean sabía que Sophie no lo soportaba, aunque se llevaba bien con el padre de Karine. En casa de los Léonide, era Sophie quien reinaba, dura y caprichosa.