Todos los sábados, un millonario desconsolado venía a presentar sus respetos ante las tumbas de sus hijas, hasta que un día una niña pobre señaló las lápidas y susurró: "Señor... viven en mi calle".

Cada semana, colocaba lirios en las tumbas de sus hijas gemelas, convencido de que hablaba con niñas que nunca volvería a ver. Dos años de dolor congelado, preguntas sin respuesta y visitas al cementerio como único hilo conductor. Hasta el día en que una niña, mal calzada pero con una mirada sorprendentemente franca, se acercó, señaló las lápidas... y pronunció las palabras que lo cambiarían todo: «Señor... viven en mi calle».

La tragedia que lo cambió todo

Antes de la noche de la tragedia, la vida de Marc era intensa pero estructurada: trabajo, proyectos y esos preciosos momentos con sus hijas gemelas, verdaderos rayos de sol. Sin embargo, su matrimonio no había durado. Tras su separación, su exesposa Élise se mudó a otra región con las niñas, buscando una vida más tranquila.

Entonces llegó la llamada en plena noche: un accidente, un coche incendiado, documentos de identidad encontrados. Conmocionado, Marc aceptó la versión oficial. Organizó un funeral conmovedor... sin saber que los ataúdes estaban vacíos.

Una pobre niña…y una verdad imposible de escuchar

Aquel fatídico sábado, cuando la pequeña desconocida se acercó tímidamente entre las tumbas, Marc no tenía ganas de hablar. Pero sus palabras lo detuvieron en seco: conocía los nombres de Léa y Manon, y afirmaba haber visto a dos niñas que se parecían a ellas en una casa azul de su calle.

Primero, piensa en algún invento para conseguirle una multa. Entonces se fija en sus zapatos desgastados, en su mezcla de miedo y valentía. Accede a seguirla, dividido entre el escepticismo y el vértigo. Y allí, frente a una casita destartalada, todo cambia.