Aquel día solo iba a recoger un abrigo.
Nada más.
Había llevado la prenda de mi nuera a la tintorería porque ella estaba muy ocupada con el trabajo y los niños.
Cuando llegué, el dueño —un hombre siempre amable— me miró como si hubiera visto un fantasma.
Me hizo pasar detrás del mostrador y, en voz baja, me dijo:
“Llévese a sus nietos y váyanse antes del amanecer.”
Me quedé helada.
—¿Cómo dice? —pregunté casi sin voz.
—Señora… no tengo tiempo para explicar. Pero encontré algo en el abrigo de su nuera. Algo que usted necesita ver.
Sacó una pequeña bolsa sellada.
Mis manos temblaban cuando la abrió.
Dentro había:
tres llaves,
una tarjeta sin nombre,
un papel doblado con un mensaje estremecedor.
Decía:
“Si estás leyendo esto… ya saben dónde estoy. No me busquen.”
Sentí que el corazón se me detuvo.
El dueño me explicó que había caído del forro del abrigo mientras lo revisaba.
La letra era claramente de mi nuera.