Me contó que, desde hacía meses, ella salía a escondidas, recibía llamadas que no respondía delante de nadie, y que había cambiado la cerradura de un pequeño estudio que tenía fuera de casa.
Las llaves de la bolsa…
¿serían para ese estudio?
Mi hijo decidió que necesitábamos saber la verdad.
Pero también sabía que no podíamos arriesgarnos.
Mientras guardábamos las cosas y preparábamos a los niños, llegó un último mensaje:
“Si quieren salvarla, no llamen a la policía.
Solo abran la puerta correcta.”
Y ahí estaba el mensaje:
las tres llaves.
Tres puertas.
Tres posibilidades.
Una sola salida.
Nos miramos en silencio.
Sabíamos que, al amanecer, nuestras vidas ya no serían las mismas.