¿Y si la sinceridad de una niña valiera más que todas las apariencias? Esa fue la inesperada lección que aprendió Guillaume Lemaire, un acaudalado empresario acostumbrado a controlarlo todo. Ese día, en su vasta mansión, creyó organizar una simple reunión social. Sin embargo, unas palabras de su hija lo cambiarían todo...
Un plan perfecto... hasta que su hija habló.

Desde la muerte de su esposa, Guillaume Lemaire solo vivía para dos cosas: su trabajo y su hija de seis años , Émilie , su rayo de sol. Deseoso de reconstruir su familia, había organizado una recepción bastante inusual. A su alrededor, hermosas jóvenes, cuidadosamente seleccionadas, debían atraer la atención de Émilie para que aceptara una nueva figura materna.
Pero cuando la niña, con su vestido azul cielo, señaló a Claire , la ama de llaves de la finca, se hizo el silencio en la habitación. «Quiero que sea mi mamá», dijo simplemente, ante la mirada atónita de su padre.
Sencillez que resuena más que el lujo

Claire, discreta y amable, no usaba joyas ni perfumes caros. Sin embargo, Émilie veía en ella algo que todo el oro del mundo no podía ofrecer: verdadera ternura . Todas las noches, Claire le contaba historias, le trenzaba el pelo y le recordaba que se cepillara los dientes.
Para Guillaume, era impensable. ¿Cómo era posible que su hija prefiriera a una mujer sencilla a estas candidatas ideales? Pero ante la negativa categórica de Émilie —quien declaró que no volvería a dirigirle la palabra si despedía a Claire—, el multimillonario empezó a observar con atención. Y poco a poco, comprendió: lo que hacía feliz a su hija no era el prestigio, sino la presencia.
El amor no se mide por el estatus social