Caía una ligera llovizna al caer la tarde. Shanti, una mujer de 70 años de una pequeña aldea rural de Filipinas, caminaba lentamente por el camino de tierra embarrado, apoyada en su bastón. Del hombro colgaba una vieja y desgastada bolsa de lona que contenía solo unos pocos pesos y su historial médico.
Sufría de una afección cardíaca, y en el hospital local le habían dicho que necesitaba una cirugía urgente que costaría miles de pesos. No tenía suficiente dinero y no tuvo más remedio que recurrir a su hijo mayor, Rajesh, quien vivía en Manila y era dueño de una tienda de materiales de construcción, una casa grande y un auto reluciente.
Ella creía que, por muy ocupado que estuviera, su hijo nunca dejaría que su anciana madre sufriera.
Cuando Shanti llegó, se detuvo frente a la gran puerta de hierro y tocó el timbre. Unos momentos después, Priya, la esposa de Rajesh, salió. La miró de arriba abajo y le preguntó con frialdad:
«Mamá, ¿qué haces aquí?».
Shanti forzó una suave sonrisa, con la voz temblorosa:
"Vine a verlos a ambos y necesito un poco de ayuda de Rajesh..."